martes, 29 de julio de 2008

SENSACIONISMO-ANALGESIA-AMOR MELÓDICO PARA SORDOS

SENSACIONISMO, ANALGESIA Y AMOR MELÓDICO PARA SORDOS

Esta soy yo con toda mi putridez

Cuando me pregunto por ese otro yo que ya ha muerto por mí miles de veces y que es una constante reencarnaión de las soledades compartidas, la pregunta que me aterra es la validez de mis sensaciones. Vivimos en función de nuestras sensaciones, porque a través de ellas percibimos el mundo. Mas, qué son las sensaciones, sino juegos malabares de orejas, narices, ojos, lengua y manos. Todos ellos nos pueden engañar. Porque si ni siquiera tengo la garantía, la legitimidad del sentido hacia la sensación, ¿cuál es el aval que me da la vida de sí misma?. Ninguno. Nos movemos como autómatas por propulsiones vitales de orden rítmico -para qué llamarle vida- y en ese orden nos integramos como soldaditos de plomo en una caja donde un niño nos guarda después de jugar. Algunos tratan de clavarnos las bayonetas, nos empujan con las culatas, nos acarician el cogote con la fortuna del asesino de ruleta.

Efectivamente, somos como peces que saltamos de uno a otro acuario. El cristal nos contiene y nos mantiene a salvo de la Realidad. ¿Seríamos capaces de enfrentarnos a un verdadero vivir, con plena consciencia, donde no existiesen mecanismos de defensa y el dolor fuera tan brutal como nunca lo llegamos a conocer?. Nos contienen felices en nuestro muestrario de vidrio. Algunos son de agua fría y otros de agua caliente. Pero todos tienen unos repugnantes ojos saltones indicadores de la basura que ya no se contiene dentro de nuestro cuerpos y se siente despedida desde nuestras órbitas. Sé que sueño, porque siento la analgesia de una vida ansiolítica y automedicada como en un gran hospital en el que todos estamos enfermos y nos saludamos, pero sin darnos cuenta de nuestras patologías. A veces, no preguntamos por educación, para que el otro no se sienta aún más imbécil y más loco que nosotros.

Me rijo por los impulsos de lo cotidiano, pero sufro silenciosamente cuando percibo el sueño soñado y me rodea el genio maligno. Caigo hasta la cama desmadejada, hecha mujer de trapos con la quien alguien ha estado haciendo piruetas con tijeras; me siento. Y me siento porque emergen los impulsos que van más allá del calendario lunático: lloro desesperadamente, me emociono hasta casi darle la mano a la muerte. Siento el frío de los suicidas marchar sobre mi cabeza y todas las caricias heladas de mis muertes en paralelo. El amor es un asesinato con una muerte lenta y alevosa, porque necesitamos sentir que devoramos al “otro”, que de alguna manera es nuestro, en carne, en alma, en sueños. Los que aman son los parásitos de las buenas intenciones, por eso yo nunca he amado, puedo apreciar o tener cariño, amar es una palabra que ha caído en desuso a fuerza de la moda del tiempo. Nadie puede amar, querer en absoluto, porque eso sería abrazar el infinito. Engañados y estúpidos enamorados, que no amantes de noches esporádicas, ¿adónde creéis que vais paseando vuestro amor con la vanidad de la innovación que cae en tótem? Cuando caigáis rendidos y el otro duerma, descubriréis que necesitáis a vuestro amado sólo para saber que existís. Asumid la soledad. Cuando se suben las mantas y se apaga la luz, ni el beso de una madre nos salva del obsesivo silencio de la soledad.

Lucía Fraga

domingo, 20 de julio de 2008

DEL ALMA Y SUS BAJOS FONDOS

LA MADRE DE LOS MUERTOS

La guerra empezó con mi corazón arrancado

Que alguien lanzó contra un cristal.

Yo recogí mi esponja de latidos,

Aún caliente,

Y me arrodillé para teñir de sangre

Las ventanas y las puertas.

Los niños sin cabeza todavía lloraban

Al ver a sus madres muertas

Con los ojos vacíos y los pechos cortados.

Sus aullidos descabezados pedían madre y leche,

Pero sus bocas eran zanjas de alambre y muerte.

La calle era un campo de floreciente mantillo rojo,

Donde los pequeños jugaban a cambiar de alma.

Entre latido y latido,

mi esponja crecía y se llenaba de leche

como una ubre de perra para amamantar a sus cachorros.

Fui dando un beso lácteo a cada boca desconsolada,

Manchándome las piernas de sangre corrompida,

Mientras mi corazón pesaba y bombeaba lentamente.

Madre de los muertos soy,

¿cuántos pecados cometió mi alma

sin yo saberlo?


EL PECHO HUECO

Me arrancaron el corazón los perseguidores,

Los mismos que me enseñaron

Que las infancias perdidas

Son un veneno eterno para la memoria.

Vinieron sigilosamente,

Mientras dormía

Y en un dos por cuatro

Robaron sístole y diástole.

Hicieron con sangre y tierra

Una replicante con el corazón

hecho de lombrices.

Yo quise rellenarme

con incienso sagrado

de La Gran Catedral,

Pero el hueco de mi pecho

Aún llora lágrimas de sal

que vuelven blancas

las palmas de mis manos.

¿Cómo se puede rellenar un pecho

si la memoria está emponzoñada?

Buscaré en las carnicerías,

en los bolsillos,

en los cines,

porque yo ya no tengo sueños.

Y si no,

Haré un nido para ruiseñores

Y dentro guardaré los cantos rodados de Compostela.


LA PIEDAD EVANESCENTE

Camino descalza y desnuda por el campo de batalla,

Pisando metralla, bombillas y bayonetas incendiadas

Cubierta por el manto rojo de la verdad.

El tiempo ha convertido en cenizas la habitación,

Pero todavía arden hogueras en las almas.

Los perseguidores vinieron con sus lanzas de memoria

Y degollaron hasta el último pájaro.

Palomas crucificadas penden de las paredes

Como ofrenda macabra a un Dios Letal.

La memoria es un campo demasiado grande

Como para segar el trigo en un solo día.

Vendrán más noches y más persecuciones

Y más palomas crucificadas.

Ahora que contemplo mi cuerpo destrozado

Entiendo la negrura de este camposanto

De mis pensamientos mártires.

Si pudiera dejar de pensar

No me vería desnuda y golpeada en el suelo

En un charco de sangre

Con un cuchillo infantil en la mano.

Me recojo sobre el regazo,

Piedad de espejo,

Sin derramar una lágrima,

Y me limpio las heridas con el latir de esponja,

Mi corazón enfermo,

Pero mi cuerpo desaparece,

Porque le esperan más batallas

Contra los negros pensamientos perseguidores.


La tierra tembló en su centro

Al paso de los asesinos de palomas.

Llegaba un nuevo día de bocas cortadas

Y cadáveres retornables.

El sol se tiñó de sangre y

Todos los campos parecían un mar rojo

Alerta de cuchillos y gritos inútiles.

Cogí una cabeza de niño muerto

Y le miré a los ojos:

“Has de pasar sola tu propia condena”.

Arrebujada en mi manto

Me repetí sus palabras

Como un himno de valor

Y esperé la llegada de la destrucción

Con la serenidad que da la pérdida segura.

Aunque cercenen mis pechos

Y quemen mis ojos,

Yo seré el alimento de mi hijo

Con mi corazón de latidos y leche

Y lameré sus heridas como una perra

Para que no desaparezca con la esponja

De piedad evanescente.

No quiero criar a un condenado,

Quiero darle la paz que por ahí se escapa,

Porque llegan los perseguidores y las parcas.

Mis ingles están ensangrentadas

Y mi corazón agitado.

¿Por qué traen un estribo los asesinos?

Me ataron las muñecas y me montaron en él.

Las Parcas cortaron todas las cuerdas de mi arpa

E hicieron cruces de alquitrán por las paredes.

A mí me obligaron a beber vinagre de una vejiga

Y empezaron a apretar mi vientre entre carcajadas.

La sangre corría como una cascada entre mis piernas

Y pronto comencé a gritar expulsando restos humanos.

Eran niños informes sin vida

Que las Parcas iban metiendo en una bolsa de plástico

Mezclada con restos de pescado.

Apretaron, apretaron, apretaron hasta casi matarme

Y luego comenzaron a comer lo que yo había parido.

Lo que no saben es que mi hijo está vivo

Dormido, a salvo, bajo una piedra.


Donde la nieve llega hasta la rodilla

Y los cuervos vuelan bajo

Habitan los perseguidos,

Las víctimas de los depredadores de sueños.

En los bajos fondos

La princesa de dientes podridos

Se ofrece por veinte euros

Al rey de las agujas con goma en el brazo.

Aunque la luz es mortecina

Dos ánimas llevan quinqués

Para que nadie caiga en las aguas fatales.

Hay ríos estancados

Donde yacen bellas Ofelias varadas.

Aquí está la fuente de piedra donde mana

El agua venenosa de los pensamientos negros.

A veces, me paseo entre los árboles,

Que sangran y gritan si alguien muere,

Y me encuentro a los locos y a los desesperados.

La nieve se tiñe de rojo,

Si alguien ha bebido de la fuente

Pero la muerte es aquí mejor

Que cualquier sueño narcótico,

Por eso, todos bajan a olvidar

Bebiendo o jugando a la ruleta rusa.

No hay caminos ni destino alguno

En los bajos fondos.

Sólo es un gran espacio de la memoria

Que todos quieren olvidar y no pueden,

Aquí cada uno se pelea con su fantasma

O se mata con él.

Hoy la nieve está roja y he oído gritar tu nombre.


Hoy me he levantado

Con pereza en los labios.

Me han acribillado la frente

Con no sé qué balas extrañas

Que han traído a mi memoria

La infancia mutilada de las palizas

Y las piernas meadas.

Por eso, tengo pereza en los labios.

Porque el recuerdo mata

Cuando la boca sabe a sangre

Y a niña abandonada.

La pereza es la negación

Del no-ser.

Y cuando se instala en los labios

Es vieja censura que hay que liberar.

A los cinco años me perdí en una estación y

La muerte me cogió de la mano

Me subió al tren con destino al infierno y

Allí comprendí las miserias sádicas del alma

Y la maldad de los hombres,

Por eso temía más a la vida que a la muerte.

El infierno es una habitación vacía

Donde nacen flores marchitas en las paredes

Y el alma es un tambor en constante redoble.

Cuando salí del infierno comprendí

La verdad más terrible

A una niña de cinco años que

ya lo llevaría dentro el resto de su vida.


Me quitaron la ropa y me dejaron desnuda.

Tiñeron mi piel con sangre y barro

Y me colgaron del árbol más alto.

En mis pies colocaron brasas ardientes

Y empecé a arder como la cera fría.

Vi a mis hermanos sedientos gritar

en una tierra inhóspita,

mientras mi madre cosía lágrimas

de mortajas negras.

Cuánto más atroces eran mis visiones,

Más me atacaban los cuervos

de la ciudad asesina.

Los niños vomitaban sus infancias

Y se volvían ancianos,

Las madres se quedaban con los pechos secos

Como estériles macetas que nunca riega nadie.

La noche era un estupor de llantos y explosiones,

De reptiles que se metían en las cunas

y mamaban la leche de los pequeños

ante la mirada horrorizada de las parturientas

atadas con colas de serpiente.

Bajé del árbol y pisé las brasas,

Mujer de cera ardiente.

Fui hasta el abismo donde se rompen los hombres

Y vi a mi madre,

Con el vientre abierto

Devorada por las ratas.
Nadie sabe que yo he construido

un útero invisible

que me resguarda de las alimañas.

Con las lágrimas que derramó mi madre

Al ver a su hija en un charco de sangre

Fui creando con cada gota

El lugar primero de mi existencia.

Dentro,

Respiro dulcemente

Y siento la caricia de la criatura

Que no ha dado su primer llanto al mundo.

Pero el vaho de mi aliento

Crea un espejo hecho de azulejos rotos

Y me invita a mirar a la ventana manchada de sangre.

Veo mi muerte,

Con su paso largo y melancólico,

Apoyar su mano fría contra el cristal.

Es temprano- me dice.

Es tarde ya-le respondo.

Y quedan las huellas de sus dedos

Como calco de mis manos sudorosas.

La muerte llegará como un consuelo a destiempo,

Cuando las palomas vuelen fuera de habitaciones de alquitrán,

Cuando el martirio tenga evocaciones místicas,

Cuando se borre la sangre de las paredes y puertas

Y los niños no jueguen a la pelota con su cabeza.

Desde aquí escucho a las madres despojadas

de sus hijos aullar como lobas y

el rasgar de sus ropas

para crucificar los pechos que ya no darán más leche.

Besan las manitas de sus descabezados.

Ellos juegan tranquilamente con el alma dormida,

Mientras sus cabezas ruedan y

son aplastadas por los caballos y los coches.

Ellos entran en mi útero estéril

Y me secan las lágrimas

con caricias estériles.

Mi útero es un refugio para mi cuerpo

No hay volcán capaz de destruirlo.

Sólo las voces de los descabezados

Hacen que tiemblen los azulejos de llanto.

Me despertaron los graznidos de los cuervos

Y ya no pude volver a dormir

Sobre la tierra mojada.

Un corazón de lombrices yacía a mi lado,

Mientras el mío,

Bola de cristal incandescente,

Me recordaba la sed de todas las bocas

Que besé alguna vez

Antes de que el cielo se volviera negro.

Sentí un latido bajo la espalda y lloré.

Como lloran los niños.

Con lágrimas y ojos de enferma flagelada.

Cuando un llanto es castigo o condena

Deja el cuerpo desatar sus desvaríos.

Lloré. Lloré. Simplemente.

Con lágrimas en los ojos

Escarbé en la tierra y me alimenté

Del barro mojado;

Entre insectos y lombrices

Encontré el cadáver de mi madre

comido por los gusanos.

La llamé madre y recogí su cuerpo,

Me senté en su regazo

e hice abalorios de sangre y llanto

¿Quién te ha hecho esto madre?

Le pregunté por el dolor inútil de la tierra baja,

Por los golpes de las bayonetas en mi espalda,

Por los disparos contra las sábanas manchadas.

La abracé y abrí su útero para dormirme dentro,

Pero los graznidos de los cuervos seguían,


Me he asomado a la ventana

Y ya no puedo ver el rostro de mi madre llorando,

Sólo un campo de hormigón

Donde se dibujan los cortes de mis venas estriadas.

Es un mapa con antiguas heridas

Que el tiempo ha ido perfilando

Con su lengua de acero

Y que en mis muñecas brota

Como estigmas fatales.

Llegará la hora en que mi sangre

Borre para siempre el anuncio de hormigón,

El mapa que es señuelo de una muerte segura.

Recorreré con el dedo la era de cemento,

Preguntando por mi padre y por mi madre

Y pondré babosas sobre mi tumba.

Con la mano diestra y sincera,

Abriré mis venas al sol de los ciegos,

Mientras mi cuerpo descanse sobre la acera desnuda,

Pero mi última palabra será mi condena,

Por escupir un adiós a un Dios

que nunca estuvo a la altura de las circunstancias.

Dios de los beatos y meapilas,

Yo te desprecio.

martes, 8 de julio de 2008

EL GOCE DEL DOLOR

PARA COMPRENDER, ME DESTRUÍ (Fernando Pessoa).

He llegado al fondo del dolor; a esa habitación oscura donde tiritan los enfermos con uniforme blanco. Busco por las paredes, con el tacto estúpido del muñón, una grieta de la que salga un poco de luz.

Ya no sé vivir conmigo, sino fuera de mí, vertida como agua sucia sobre las flores de una tumba. La flor, esa felicidad cortada para adornar lo que por el contrario dura siempre.

1. UNA VIRGEN DE BUÑUEL.

He cogido el autobús temprano, dispuesta a ir a cualquier sitio lejos de mí. Subida al bus, me idiotizo y me convierto en una fotografía mal recortada de aquellas a las que se les hacía a los muertos en el siglo pasado. Me quedo hueca, contemplando sobre la ventana el reflejo de mis propias manos angulosas que me recuerdan a las de Nosferatu. Me deslizo por las falanges pálidas como una hormiga sobre una montaña de carne humana. Con las manos entrelazadas tengo aspecto de madre, de mística esquizofrénica, de virgen hecha de pan de oro y hasta debo reprimir el instinto de beatitud para no juntarlas haciendo un racimo de pecados.

Me dejo abatir por la circulación y las bocinas. Los conductores escupen por las ventanillas, los revisores siempre quieren echar a alguien a la calle. Nadie se da cuenta de que en el asiento de la derecha está la virgen de los podridos. Soy una iluminada de tubos de neón, fabricada en tiempos de ceguera. Pero, de pronto, alguien parece arrodillarse para pedir clemencia de mi mano incorrupta y, sin embargo, el milagro se desvanece, en el momento en que el desprotegido se ata los zapatos. Aunque casi sin querer, cuando pasa a mi lado, le susurro un lánguido “Ego te absolvo”, porque sólo el mayor pecador tiene derecho a perdonar, porque únicamente el asesino es el verdadero sacerdote del delito.

Qué dios es ése que puede limpiar de una culpa que desconoce. Sólo la depravación es sabedora de su alcance. Sólo ella puede borrar las manchas del espíritu, porque sólo ella es capaz de autorrectificarse, de inmolarse en nombre del Pecado.

Y mientras sigue entrando gente, ya que nunca salen -aunque así lo crean-, sigo degustando mi potencia cadavérica y apuntando condenas en la memoria. Me pegan codazos, empujan con las bolsas –reconozco que las viejas gordas son mi perdición, porque cargan con el féretro de mañana y no con las patatas de hoy-. Y un niño me sonríe desde una silla con una cesta y un oso blanco. Casi puedo escuchar el tintineo de unas campanillas que me devuelven a una época inmaculada y feliz, pero me horrorizo al comprobar que él también es muerte futurible y siento cómo su cuerpo pequeño se me deshace entre los brazos, putrefacto, tratando de unir a dentelladas la cabecita y los brazos, pero nunca hay misericordia. No hay contemplaciones ni siquiera para los que aún no se han embarrado.

2. LA REEDUCACIÓN DE LAS SENSACIONES.

No he tenido madre, aunque supongo que ella sí tuvo un padre para mí. Desconozco el amor como desconozco el odio, pero me consuelo con la indiferencia y el mecanismo repetitivo de los días. No tengo sentimientos, sólo sensaciones y reconozco que el asco preside todas mis reacciones humanas. Una sensación jamás se puede conjurar o guardar como una flor marchita entre las páginas de un libro, porque “yo” ya no soy la misma cuando regreso al estado de la percepción. Los recuerdos de las sensaciones son más falaces que los de los sentimientos, porque lo sensible es etéreo, carece de arquetipos. En cambio, hasta para el amor hay emblemas o recetas mágicas. Se engañan; un sentimiento es un consuelo; una mera intelectuación de lo efímero para no sentir que morimos cada día, con cada sentido. La caricia de hoy, tal vez, sea la bofetada del mañana o el beso o el mordisco sangriento al que alguien quiso poner el vago título de pasión. Los sentidos nos reconcilian con nuestra animalidad, los sentimientos nos educan y nos convierten “milagrosamente” en esas bestias llamadas racionales.

Dios se avergonzó de su criatura e hizo de su mundo un reformatorio para instintos.

3. LA NADA ME DELIMITA, ME COMTIENE.

No soy Fernando ni Soares, pero algo me dice que un cordón umbilical invisible nos une, porque a través de él me llega esa náusea universal e íntima que se inicia en una taza de café cualquier mañana. Figura sobre fondo, aunque nada tenga sabor, porque cómo se puede reconocer una imagen que no tiene límites, ni contornos, ni perfiles. La nada se contiene en mí como yo me contengo en ella. Sin olor, sin sabor, sin tacto...sin nada.

Presiento sus pasos de alma en pena a mis espaldas cuando salgo a pasear por las afueras del infierno. Me doy la vuelta, pero no hay nadie. Recorro los cementerios buscando una tumba familiar con su nombre y solamente salgo con la derrota de un niño que ha llegado tarde a su cumpleaños. Me invaden nuestras soledades compartidas, quimeras de un petulante que olvidó – o quiso olvidar-las reglas de la ficción. Mi asco y el tuyo se unen y me doblan como una patada en el estómago que me deja sin respiración. Nadie pregunta por el cuerpo que se queda tirado en la calle, porque no lo ven, porque, ciertamente, no hay nada.

4. NO HEREDERÁS LA TIERRA.

He sido muchos. Tantos, que a veces mezclo manos de verdugo en cuerpos de ajusticiados. Del príncipe guardo el aristocratismo de ser el mejor en nada por nada, como de la lombriz –existe el hombre-lombriz, no lo dudéis- el deseo de arrastrarme por la tierra para ser devorado por un pájaro de redondos y carnívoros ojos negros. Pero, ante todo, he sido –soy- un hombre muerto que no ha dejado de soñarse más allá de las puertas de los inertes. Mi “yo” y mi “otro”, hermano desaparecido, llevamos vidas temporalmente paralelas y nos reunimos en el ocaso del espacio sintético y común de vivos y muertos; pedazos de ruina mórbida, por la que tantos vivos transitan sin saberlo en comunión con cadáveres que esperan un taxi que cogieron hace veinte años en esta misma esquina.

El frío familiar de la muerte se me ha vuelto un nuevo sentido más allá del tacto y más próximo al olfato. Ese olor sabe a oxigeno dos veces inspirado, robado, compartido, aunque más bien, devuelto -incluso,me atrevería a decir- vomitado.

A veces caminamos por calles paralelas, sin saber cuál de los dos es la sombra del vivo. En este espacio el sol ya no sirve para crear contrastes sin luz, sino que todo se vuelve una analgésica atmósfera de reiteración. “Esto ya lo he vivido”. Cuántas veces y cuántas mentiras: “esto ya lo han vivido por mí, pero antes que yo”. Ovillo de existencias que carece de extremos.

5. LA CAMA DOLORIDA.

Me acuesto con Satán, porque por las Noches, Dios es demasiado frío. El cielo está hecho de licuadas flores de agua, de pis de ángeles buenos, de estalactitas virginales que ni siquiera parecen de hielo cuando se tocan. Todo está prohibido en el Cielo de los Cristianos, por eso necesito arder por las noches y saber que sigo viva.

6. EL GOCE DE LA AUTODESTRUCCIÓN.

No acabo de entender, porque no se asume que el dolor es la base de todo placer. De nuevo, contornos; figura sobre sombra.¿De qué sirve una felicidad permanente, si desconozco la infelicidad? ¿Cómo valorar el placer en una constante orgía del ego indoloro? Sin dolor, sin autodestrucción, no existe una identificación del yo. Nos desconocemos, porque somos como guiñoles en un teatrillo que actúan según el argumento o, quizá, bebés que se murieron sin bautizar y están en el limbo. Hay que saber del infierno, para comprender el cielo. Yo soy yo, porque siento el cuchillo clavado en mis muñecas y veo la sangre que es mía, como el sufrimiento que es también mío. La risa es una droga perniciosa que lleva a la locura o al anonimato de la felicidad inútilmente compartida, puesto que jamás mi sonrisa estará en tu cara, aunque no lo sepamos o no lo queramos saber, ebrios de esa quimera que desaparece cuando uno está ya a solas. ¿Qué soy yo, si necesito de ti para saber que existo? Dadme el autoconocimiento del dolor, antes que perder mi identidad en una risa de bacanales sin rostro.

7. MI JUEGO FAVORITO: EXISTENCIALISMO CRISTIANO.

Mi juego favorito empieza en un hueco que nadie conoce entre la tapia del cementerio y el zócalo por el que corre el agua de la lluvia. De niña, me habían dicho que el agua era negra, porque arrastraba las cenizas de los muertos. También me dijeron que moriría ahorcada, porque se me notan demasiado las venas del cuello.

Allí hay un nido de arañas, con su araña madre y su arañazo padre. A mi me gusta arrodillarme, aunque penetre hasta el alma el olor a podrido, y acercar a mis víctimas una salvación tramposa con forma de varita verde. Primero suben las hijitas confiadas que hasta se permiten pasear por mi mano. Cuando yacen ya en el fondo de mi palma hecha arrullo de asesinos, las atravieso con la ramita hasta que el extremo roza mi piel. Qué angustia más estúpida la de las arañas empaladas. Abren y cierran las ocho patas como señal de lucha, pero con una tripa fuera y un grito tan pequeño que ni la lluvia tendría oídos para escuchar . Y todas como idiotas se acercan a la mano. Algunas tardan en morir, cuanto más gordas, más resistentes. A esas me gusta arrancarles las patas y hasta convertirlas en pelonas cabezas de alfiler.

Algo tengo de araña o de Dios, porque el goce se inicia en la autodestrucción y culmina con la risa de los hijos imbéciles que vemos morir después de tenderles la mano.

8. EL MUNDO ESTÁ LLENO DE MISERABLES.

La diferencia entre el mediocre y el cretino está en la ignorancia, por eso puedo amar a las mediocres y desoir a los cretinos. Hemos concebido el daño causado por terceros como un merecido castigo a una falta desconocida y originaria, como si nunca se pudiese borrar de nuestra frente el Pecado Original. Nadie matará a los cainitas, porque de la misma manera que para el placer existe el dolor, el mal es preciso para el bien. Sin embargo, es necesario acabar con el sacrificio humano que nos practican los idólatras con el árbol satánico dibujado en la frente. Si yo no he muerto, es porque he hecho de sus voces barniz para Santas Estatuas de bronce.

Ímbéciles del mundo, sabed que sobre vuestro desprecio duermo cada noche, plácidamente, porque he hecho de vuestra palabra impura las cuatro patas de mi cama. Solamente, necesitáis saber una cosa: si la cama se rompe, yo daré en el suelo. Pero todos vosotros moriréis aplastados.