viernes, 31 de octubre de 2008

EL PISO NÚMERO DIECISEIS

Llevo toda la tarde metida en la cama. Tengo una abulia brutal. Ni siquiera me he preparado un café, aunque ahora mismo me voy a tomar uno. No concluí mi charla con Alfonso, porque tenía sueño y me aburrían sus chistes gastados como las páginas amarillas de un bar de mala muerte. Acabo de mirar para el ordenador-que había dejado encedido- y he visto tu comentario.Siempre me anima ver tus comentarios. Así que he resuelto escribir esta entrada. Hoy es uno de esos días que una necesitaría un hombro en el que llorar. Lluvia, 8 grados. Parezco un puercoespín comunista. No sé muy bien qué hago aquí. Pero una fuerza más poderosa que yo me impele a escribir.
No sé nada de "Cielo", quizá haya decido desaparecer también, aunque no encuentro el motivo y Cuchi no contesta a mis correos. Estoy sola. Qué le vamos a hacer. Sólo tengo unos guantes, mi sombrero y un paraguas muerto. "La mer", canta Trenet. Nada tiene importancia. Mi gel te gustaría. Es de cedro, pomelo y naranja. Aunque apenas me verías, porque estoy adelgazando a grandes pasos. Tendríamos un problema con el vino; a mí me gusta el albariño, Terras Gauda. Aunque después de unas copas de Bayleis, puedo tomar cualquier cosa, pero me gustaría empezar por un buen vino blanco y terminar por aguardiente de hierbas. Espero que no te moleste que fume. Te hablaría de tantas cosas que aquí no puedo... Veríamos caer la lluvia contra los cristales bien amantados. Dicen los chinos que cada gota de agua que cae contra un cristal es un alma que se suicida. Sonaría "Autum leaves" de Miles Davis en el tocadiscos y, cómo no, guardaríamos una botella de Moët & Chandon en la nevera. Eso sí, no sé si entre tanta penumbra no acabaría dándome una leche, porque el alcohol se me sube enseguida y me pone "tonta". Ya sabes. Eso sí para no cogernos una moña, tendrías que cocinar algo, porque yo no tengo ni idea. Aunque seguramente acabáramos borrachos y tirados en el sofá. Sería un buen momento para "rayuelear", hablar de libros y discos y olvidarnos de que existe un mundo amenazante ahí fuera. Donde las madres llevan arrastras a sus hijos y les dan bocadillos de Jamón York como pequeñas aves sin pelo recién nacidas en trocitos arrancados como a una carroña. Te presentaría a mis otrod yoes: la ladrona de libros de El Corte Inglés, la bohemia de boina y jersey de rayas azul marino, la sofisticada chica de gafas Gucci -parecen-, la dejada que bebe champagne y deja que se le caiga el hombro del vestido, la de los tacones machaca-"machos-icónicos", la intelectual despistada que nunca sabe donde tiene el reloj y las otras gafas...etc.
Eso sí, podríamos ver "Espartaco", mientras nos ponemos finos. Adoro a Laurence Olivier. Pero la veríamos con una mantita encima, desde el sofá. No me pidas que baile que no sé. Bueno, sólo bailo delante del espejo.
Ya ves, hoy estoy abúlica, deprimida, ni un atisbo de hiperrealidad poética, como diría Carlos Bousoño.
Pensaré en tí todo el fin de semana, no sé por qué, pero lo haré. No me suelo hacer muchas preguntas acerca del porqué de mis actos y sí, en cambio, de mis pensamientos. Dejaré un reguero de miguitas de pan para que vuelvas...tranquilo, ya he matado a todos los pájaros.

jueves, 30 de octubre de 2008

PALABRAS PARA MANUEL II

Acabo de llegar a casa. Me han obligado a cenar y, por fin, me he sacado las botas y el chaleco. Alguien debió de secar todos los charcos, porque, al final, no me encontré ni uno. Así que ahora, descalza, paseo por la habitación como por "Park Áveniu"-disculpa la grafo-fonetica analogizada- en busca de una clochard que me venda un paquete de Kleenex, porque hoy ha sido una jornada que mejor dejar en un pañuelo de papel. Me tomé un café histérico a las 15.30 h., tres cuartos de hora antes de la clase. El tipo de la cafetería tiene la cualidad de exasperarme. No se entera nada. Estuvo jugando con mi paciencia y el mando de la televisión unos veinte minutos, mientras yo apuraba mis cigarrillos hasta el final. Ahora todo me parece muy lejano. Como algo sucedido hace años.
Se quedó sobre mi mesa la postal del museo d'Orsay con el puente de Monet. Ahora mismo no sé en qué lado estoy, porque la voz de Charles trenet me lleva en el carrousel de las fieras. Casi puedo sentir el taconear de mis zapatos de charol sobre las tablas del puente. Alguna vez me dispararon al borde de un puente, una vez que viví. Ahora no soy más que una estudiante paliducha con dolor de café y con ganas de tomarse una copa. En clase estuve ausente. Me torturaba el recuerdo de Horacio besándose con la Maga cerca de Notre-Damme. Estarían en pleno rescate de charcos, mientras yo estaba encerrada escuchando cómo lo hacía Lope con Marta de Nevares, amores sacrílegos, nada menos. Pero yo prefería escuchar al diablo con su navaja y su vals en tres movimientos. De dos a cuatro. De dos a cuatro. Los espectadores no habían llegado todavía. Yo me tocaba la herida de la frente e imaginaba "La mer" de Debussy. Te hablaba al oído y tú ni te enterabas. Otro al que le tiro piedras a la ventana y me baja las persianas. Horacio tiene la coartada de Cortázar y de que sus besos sólo se reactualizan cuando pienso en ellos, como ahora. Ahora mismo, la Maga y él están tremendamente enredados...Hoy no saldré a cazar dedales que se cambian por un beso, ni a buscar el camino dorado de vuelta a casa. No, hoy estoy celosa, porque Horacio se ha ido con la Maga. Me daré un baño de sales y pondré mis pensamientos a remojo. Nunca seré una mujer de moño italiano ni una Anita de la Dolce Vita. ¿Recuerdas a la niña y al bicho de la playa? Yo soy el segundo.

PALABRAS PARA MANUEL

Hoy llueve y hace frío. Nada anormal en esta época del año. Yo estoy aquí con mi echarpe rosa y mi taza de café escuchando a Yann Tiersen. He vuelto a adelgazar. Dentro de poco sólo seré una filmina de mí misma. Apenas toco ya el piano. Aunque siempre paso la mano con esmero por encima del teclas. Fui una niña terrible. Tocaba el piano y hablaba con un corrección pasmosa siendo un bebé. El niño que no me dará la Fortuna.
Hoy me he levantado entre las mantas como un gato enfurecido. No me apetece ir a clase. No me apetece nada más que estar en la cama en posición fetal. He ido a la biblioteca de casa y no he encontrado nada interesante. Tan sólo el deseo de ser la Hermosa Olimpia desnuda en su cama. A veces caigo de cuadros o me metro dentro de ellos. La hermosa Olimpia era prostituta y yo una meapilas. Pero eso no tiene que ver para que nos parezcamos físicamente en la blancura de la piel.
Hoy presiento un día pesaroso. Mejor sería ir a tomar una copa al "Jazz-Filloa" y dejar que el olor a hierba me embriagara. Pero no, yo debo ser una mujer de moño italiano y gafas oscuras de identidad secreta. El moño italiano da una majestad especial a la mujer que lo lleva. Por eso yo tengo el pelo tan corto. Nunca seré una mujer de moño italiano.
Quisiera perderme para siempre en el puente de Claude Monet: "Le bassin aux nymphéas, harmonie rose". Ese puente que ya he cruzado tantas veces y en el que tantas veces he descubierto mi verdadera carne humana.
Las gotas caen lacrimosamente por el cristal de mi ventana, mientras fumo mi Ducados Rubio y me pregunto qué hubiera sido de mí de haber nacido en la Roma Imperial. Hoy no tengo ganas de ser coherente. Ya ves. Me voy adonde mi mente me lleva. Y yo estoy sobre el puente de Monet pintado y repintado mirando el fondo del estanque. Casí no hay peces, sino una muchacha pálida y cubierta de flores. Triste Ofelia, que navegas sin descanso.
El café se habrá enfriado. Me veo en la taza de café con la cara mal lavada y restos de rímmel. Tengo ansias de mujer doble; por un lado, quiero ser la perfecta señorita, por otra, la perfecta dejada, que diría Sebas. Hoy estoy más por la dejadez que por el señorío. Me aburre. Me deshago. Como una magdalena en el café con leche. Tendré que buscar a Horacio Oliveira para ir a matar charcos esta tarde a la salida de clase. Quizá nos la pasemos con nuestras gabardinas empapadas buscando hilos que conduzcan a casa. A esa Casa donde están Etienne y los otros. Entraremos en un café a fumarnos los últimos puchos y pediremos jerez. Después de haber asesinado un retrato de tizas en el suelo. ¿Cuándo volveré a casa? a mí casa

viernes, 24 de octubre de 2008

"MADRUGADAS DE OTOÑO"

Me he despertado de madrugada, como si alguien en secreto me llamara por mi nombre. He dado media vuelta e intentado dormir, pero ya estaba desvelada. Además, apenas quedaban cinco horas con mi cita con Alfonso. Me levanté de la cama como quien levanta a un muerto y me puse a mirar el montón de libros que me queda por leer. El libro tiene una apariencia física amable, dulce, de hierba recién cortada. Y mis manos se deslizan sibilinas por las páginas como un ave sedienta. Releía a Pessoa. Y me preguntaba que andaría haciendo hace cincuenta años Bernardo Soares una noche de desvelo. Encendí un cigarrillo en la cocina y me senté frente al televisor apagado. Sólo veían mi imagen desaliñada reflejada en el negro de la pantalla. Soares soñaría en vida. Desconozco la capacidad de soñar que no sea a través del ensueño o la ensoñación, obviamente, pero algo me dice que Bernardo poseía una facultad de ensoñación que se escapa a cualquier intelección. Puse la cafetera italiana y esperé a que el negro brebaje subiera. Me daba la impresión de que Pessoa se hallaba sentado al otro lado de la mesa con su impertérrito vaso de vino. Me asustaron las campanadas del reloj del pasillo, mientras se iba por fuera el café. Me había quedado mirando a una esquina en donde estaría mi admirado lisboeta. Me serví el café en una taza de porcelana rota y eché una gota de leche fría. Luego removí el abundante azúcar. Sin duda, Soares soñaría o se entregaría a la melancolía desde su ventana que daba a la Baxa. Vería a las primeras lecheras y a los primeros vendedores traquetear con carretillas sus productos, en ese amanecer que aún se nos antoja un nocturno de Chopin y que en su azul oscuro deja el ambiente impregnado del frío de las primeras luces. Yo me acerqué a mi ventana y vi el patio de hormigón. Inmóvil, monstruoso, callado. En otro tiempo se hubiera podido jurar que perteneció a un campo de concentración, ahora es el "parque" de una urbanización. El suelo está gastado de balonazos y lleno de colillas y escupitajos. En más de una ocasión, los arañazos del suelo se me han aparecido como estigmas de mi propia piel que aún no han cicatrizado. Algún coche merodeaba la zona y, sin darme yo cuenta, el café se enfriaba de nuevo en la mesa. No me gusta la palabra "urbanización", para definir civilización en pleno salvajismo. Estaba aterida de frío, así que cogí mi chaqueta de Kiel y un echarpe rosa en el que me envolví. El café tenía cierto regusto amargo, porque se había quemado. Cogí el "Libro del desasosiego" y me tumbé en la cama, esperando que Pessoa dijera algo. Pero siempre calla, cuando se aparece.

miércoles, 22 de octubre de 2008

"APENAS QUEDA NADA"

Tengo frío. Apenas queda nada de mí. Me estoy diluyendo como una acuarela malpintada. Estoy abrigada con chaqueta militar y mi shary de la India al cuello. Tengo un aspecto entre pintoresco y de bohemia trasnochada. Sólo queda la petulancia, el sombrero beige y las gafas. Ya no queda ningún Humbert-Humbert al que seducir. Mi inteligencia no me sirve nada más que para cavar fosas en el cementerio de la memoria. Yo era feliz como una nínfula navokobkiana que iba dejando sus píldoras venenosas por corazones de cincuentones. Ahora el juego acabó. Ya casi voy a cumplir treinta años y estoy preparando unas oposiciones a secundaria, por las que moriré. En fin, entraré a tomar un café. Huele a fritura y a humo de tabaco negro. Parece una tasca de fin de siglo. En menos de un minuto me encuentro en la alegre White-Chapel con un cuaderno y un bolígrafo. Apenas queda ya nada sobre qué escribir. Pido al camarero grasiento un café largo de café y se me antoja que me darán achicoria o cascarilla. ¿Por qué te hizo el destino pecadora?- me dicen Los Panchos. Me hizo Dios pecadora, como hizo los cielos o los ríos. Lo importante es que ahora estoy tan alejada del pecado que apenas queda nada de mí. Las manos heladas con sus dedos largos, como los de Nosferatu, aterrizan en una taza de humeante café. Es extraño tomar café sin notar la presencia analgésica de Pessoa. Pero igual que ya no sueño, ya no siento aquella común melancolía que nos unía en tardes de cafés. Quizá deba de pasarme al vino y cometer pecados nuevos a la luz del filamento de una bombilla. Abro mi paquete de Ducados Rubio, que es de lo más barato que hay, y extraigo un cigarrillo que me dispongo a fumar. Fumo sin ganas, lentamente, porque ya no queda nada que merezca la pena. Quizá me esté matando en este mismo matando. Lo que sé es que este momento ya no lo volveré a vivir, porque no podemos repetir una sensación y lo que yo siento es una especie de nada que se expande como una araña inmensa que me va devorando. Dejo el cigarrillo en el cenicero, consumiéndose. Realmente, al contemplar cómo la ceniza se quema, me doy cuenta de que mi vida se ha consumido sin glorias mayores. No conozco la alegría y soy maestra en tristezas. Mis amigos me abandonaron o se cansaron de mí. No les culpo. Es difícil contemporizar con un espíritu esquivo y violento como el mío, aunque a veces sea tierna y fiel como una perra. Apenas queda nada que salvar de la quema. En la televisión ponen un magazín insoportable. Apenas tengo ya nada qué decir. Me paso la mano por la cabeza y descubro mi pelo corto. Nunca seré una chica guapa. Nunca seré una Srta. de "La" Coruña. Definitivamente, mis padres han fracasado en eso. Aunque me pongan gomas en la ortodoncia y parezca una muñeca mecánica que come poco. Ya casi no sueño. He perdido mi capacidad para soñar. Soy una asesina de Bernardo Soares. No me rijo ni por emociones ni por sensaciones, los sentimientos los tengo anquilosados. Vivo por inercia. Y más que por inercia, "a tientas". Voy por un largo pasillo serpenteando los obstáculos. He dejado enfriar el café. Magnífico brebaje adorado por Balzac. Qué me queda: tres pares de gafas, unos cuantos fulares y un montón de ropa que me queda enorme. Parece que he perdido parte del cerebro con los kilos. Lo cierto es que me complace contemplar mi delgadez frente al espejo con ese andrógino aspecto del pelo corto. He de reconocer que soy un ser extraño en mi género. El otro día Manuel me recordó en el mercado. Y yo recordé el gran mercado de fruta de San Leopoldo en Rio Grande do Sul. Qué hijas de puta!!! Cómo se portaron de mal las españolas. Pero a lo que iba, el mercado era tan impresionante y colorista como lo definía Manuel. Yo me movería por la zona de frutas exóticas, buscando papaya y mango,o, tal vez, si estuviera en Alemania me encontraría entre el melón y la sandía. Ahora, prácticamente no como fruta. Espero que esta noche duerma tan profundamente que no despierte, ya, de una puta vez.

viernes, 17 de octubre de 2008

UNO DE TANTOS DE 2004

Domingo, día de la madre a eso de las 20.00h.
Estreno piso, estreno independencia y, hasta cierto punto, estreno vida. Ya no tengo que darle los Buenos Días a nadie, ni dar las gracias ni nada de nada. El piso es genial. Está en el peor barrio de Kiel -en la parte menos mala del barrio turco, donde ya no hay turcos. Curioso gentilicio para una zona apátrida-. Tiene: a) recibidor en el que no pienso recibir ni a mi puta madre, b) cuarto de baño con ducha y azulejos –algo increíble aquí-, c) salón grande con un fregadero y dos fuegos en una esquina y d) un balcón inmenso por el que me ve en pelotas todo el vecindario cada mañana. Hay dos puertas de cristal gigantescas que dan a la calle, bueno, al balcón que a su vez da a una especie de patio de vecinos que tampoco es un patio de vecinos. Ayer de noche me cagué de miedo, pensando que Norman Beits –disculpa la grafo-fonética analogizada- iba a aparecer con un cuchillo de cocina ensangrentado, ensuciándome las ventanas, o haciéndome muecas vestido de madre castradora.. En fin, que como me roben el portátil me cago hasta en mi vida.
Me han prestado platos, vasos, cubiertos, un banco de parque robado, un colchón y un par de lámparas. Yo he comprado un póster de Winnie, The Poo y una plantita con flores blancas..
La temperatura es fantástica y todo eso. Lo malo es que me tengo que vestir en el cuarto de baño y yo ODIO secarme y vestirme en el cuarto de baño, porque la condensación y el vaho no me permiten un correcto secado corporal. No tengo nada que contarte. Nada que no sea un estado de ánimo y así que te voy a contar las pocas tonterías que hice hoy:
Me levanté a las 12, porque me iba a explotar la vejiga. Estuve dos horas intentando no mearme, pero al final tuve que levantarme. No me duché, porque no me dio la gana. Me fumé un par de pitillos en bata desde mi balcón y pensé durante unos segundos qué ropa limpia me quedaba...Esos segundos me bastaron. Tomé mi café soluble infantil y pensé en que no tenía ganas de hacer nada. Salí a coger el bus con las “novelas ejemplares” en la mano, esperando que le explicaran de una vez a Berganza, por qué había adquirido la facultad de habla. Llegué a la estación de tren y miré lo más barato para comer. Como ayer fue festivo, no tengo nada digerible en la nevera, a menos que nombre un par de congelados que, a la vista de no tener aceite, dan lo mismo. Comí en un restaurante Chino una cosa de 3 euros que me supo a Dios y me quemé la lengua porque siempre que como es resultado de horas y horas de ayuno, con lo cual, la ansiedad ante el plato me traiciona. Llamé a casa a cobro “pervertido” y felicité a mi madre en su día. Articulé palabras amables, mientras revolvía el café que acababa de pedir. Tuve sentimientos extraños por un momento. Miré las vías del tren, miré las tienduchas que estaban abiertas y preferí gastar 2.80 en postales de ositos. Después de escatimar céntimo a céntimo, no pude resistir la tentación de entrar en la floristería. Compré la planta menos fea y la más barata y me sentí increíblemente adulta. Como me envolvieron la planta en papel, me fui mojando las manos todo el camino hasta llegar a casa. Tomé un par de cafés, racioné el tabaco y me puse a estudiar alemán tres horas. No tengo habilidad para los idiomas, qué se le va a hacer. Cuando terminé hasta los huevos de tanto “Wer ist Das? Das ist Pepe”, me duché placenteramente. Me picaban las piernas de órdago, porque ayer de noche me las afeité como quien esquila a una oveja y me hice una irritación estupenda que no me dejó dormir. Hubiera sido mejor dejarme los pelos largos y, así, al tocarme las piernas, tener la ilusión de que estoy con un macho icónico al lado, pero lo hubiera llamado Cipión o Berganza por lo de las melenas y seguro que se habría enfadado el muy inculto. Y ahora te escribo todas estas tonterías a ti para eludir tediosos estado de ánimo y pasar el rato, que luego me toca seguir con Cervantes.
Y mira que me aburre la descripción de acciones insustanciales, pero quiero satisfacer al mesiánico señor X que se pone muy chulito, porque lo llamo el “Salvador”.
Pues ahora, estaba jugando a ser Josephine Baker y a autoseducirme, pero la mierda esa de crema para las piernas me ha puesto la batita de estrellas hecha una basura. Voy a dejar de escribir ,porque , como que estoy muy mundana, y así no me gusto.
Acepto todo tipo de sugerencias sobre lectura, desde manuales hasta novelas. pasando por tebeos de Tintín. Si te parece que debo hacer algo que no estoy haciendo del tipo que sea, dímelo, no vaya a ser que tengas razón. Lo que se te ocurra excepto volver a casa. Que se mueran Dorita y los chapines colorados.

domingo, 12 de octubre de 2008

LOS HOMBRES DE SOBACO ILUSTRADO (Texto de 2005, Alemania)

Escribo desde la cocina. Las ventanas están abiertas y veo el patio iluminado por el rayo fino del sol en los últimas días del invierno. Practico recetas de escritura. Tomo un café muy malo, suave, como para niños. Mi compañera toma el sol con su madre. Yo siempre tengo frío. No me gusta el sol. Ni la playa. Ni la desnudez gratuita del verano.
Tengo las manos estropeadas, porque aquí el agua es muy dura. No tengo ganas de cumplir. Pero hay que justificar el destierro.
El carnaval es sórdido y me recuerda a Larra antes de suicidarse... A veces me pregunto cómo sería la vida sin citas ni personajes. Es pura gimnasia. Ésta que hago yo para contentarte. Soy experta en malversar emociones... Escribir sin ganas es como empeñarse en seguir en la cama cuando ya no tienes sueño. Como dejar el cuerpo muerto cuando te abraza el gran fornicador. Es divertido hacerlos sentir inútiles, eunucos, tristes Farinellis (y?). Tengo frío y las bragas que llevo hoy me molestan. Se me clavan en el culo.
No hay mañana que no me caiga de sueño. Siempre quiero estar cinco minutos más en la cama. Me levanto con calma. Miro al techo. Maldigo. Me retuerzo y me estiro. El gran cuadro me da los Buenos Días y yo le contesto con una reverencia. Huelo a calorcito y parezco, de nuevo, una niña recién levantada.
Hay un espejo apoyado en la pared. Ahí interpreta mi cuerpo sus posturas de bailarina de Degàs. Me veo con una extraña perspectiva de enana que mira al gigante. Encantada, señorita. Luego me desnudo y atisbo las nuevas venas que me han florecido. Despuntan nuevos arcos de calamitoso desgaste. Tengo las manos afiladas y un hueco profundo a la altura del estómago, donde se unen las costillas. Recojo el sofá y poso como Olimpia, pero sin criada negra. Me repugna el desnudo con los pies tapados, por eso, sólo en ese momento, me permito estar descalza. La revieja sueña en su diván freudiano como las niñas de Carrol en angelical postura fotográfica. Parezco buena, parezco santa. Y de repente, soy la Sra. Eluard en la cámara de Man Ray y estoy colgada en la gran sala del tonto de Luis.
Me ducho. Intento ducharme. No, no consigo entender este grifo de Anette. El agua me sale fría y toda la piel parece papel charol brillante de gotitas. El agua cae, pero yo no me mojo. Ventajas de ser la niña-sapo. Es el momento de la segunda fantasía del día: mi marido va a entrar en el cuarto de baño y yo no soporto que entre sin llamar. Viene canturreando, con el pijama mal colocado. Mete la cabeza entre las cortinas de la ducha para darme un beso de buenos días. De un golpe, le saco la cabeza con la mano mojada. Él lo toma como una alegre gracieta de mujercita joven. Pero a mi me irrita. Él sigue inconsciente el curso de la maquinilla de afeitar, embobado, con el calor de las sábanas y la cercanía de otro cuerpo. Lo llamo por su nombre. Cierro el grifo. Silencio. Y yo le digo: no te quiero.
Salgo entre furtivas risas del cuarto de baño. ¡Qué alegre es la independencia de las separaciones! Ya falta un poco menos para fumar el primer pitillo del día. Si a las 5 vienen los del piso, tendré tiempo de ir a tomar un café. Aquí el tiempo es elástico y la soledad esponjosa. Trata de encoger en un puño la esponja de la ducha. No puedes. Pues la soledad interrumpida por terceros es así. Suena a seguro de accidentes, pero es verdad.
Subo al autobús con cara de “mecagoendios”. Una ceja más levantada que la otra por si a alguien se le ocurre acercarse. Los libros debajo del brazo, como los hombres. Ellas parece que llevan un bebé descamisado, por eso rodean los bártulos con signo de abrazo y ademán de repisa. Los hombres llevamos los libros clavados debajo del sobaco. Somos funcionales, no nos andamos con mariconadas ni posturas. Yo sólo impostura. Una mano en el bolsillo del pantalón, abrigo sobre los hombros y llega Lord Byron al seminario: “¡hooola, buenos días!”. Se acabó, ahora a representar el papel de alegre imbécil...

martes, 7 de octubre de 2008

"RECUERDA, CUERPO"

Viernes, 25-VI-04.
Es de noche. Ya casi van a dar las 23.05, pero fumo voluptuosamente recostada sobre mis mantas, mientras escucho a Edith Piaf y el dormitorio se impregna de olor a catedral. Estoy de jornada romántica con mi “ego”:tenue luz de velas, mi cama convertida en diván de odalisca, yo recién duchadita y perfumada, Cavafis en el suelo y la foto de dos chicas besándose con esa apreciada asexualidad angélica del lesbianismo andrógino. Todo muy homosexual, desde mi querido Constantine hasta mi yo reclamándome desde la cama. Qué extraño es escribir sin coartadas, aunque tú nunca sabrás cuál de ellas te escribe. Supongo que no tiene importancia. Ojalá me pudiese desdoblar y abrazar mi cinturita, oler mi nuca, besarme con cuidado como con aire infantil y sentir la cercanía de un cuerpecito como el mío, liviano, casi sin peso, dormidamente despreocupado, en el que el sexo no sea un salvajismo de carne ,sino una identidad de piel compartida. Esto me recuerda a Alejandro cuando tenía dos años; si le ponías la boca en forma de beso, el correspondía con una dulcísima saliva en los labios. Lo desangelizaron convirtiendo el beso en una convención de mejillas resecas.

También me gustaría acunar a mi niño. Ese niño que la naturaleza no me dará nunca, porque no puedo engendrar un infeliz más para un mundo nauseabundo. Sería condenarlo desde el principio al suicidio. Nadie lo libraría de la carga genética de una madre demente, pero yo necesito a mi pequeño aunque sólo sea un dibujo de aire sobre los brazos que acunan la dulce nada de los niños que nunca nacerán. Los niños, realmente, me hacen llorar. En el autobús, en los centros comerciales, en las cafeterías con esas madres repugnantes que les fuman en la cara. En el fondo, o están muertos o tienen esa crueldad de los siete años que heredamos de nuestra infancia más cruel, cuando apretamos a un sapo en el puño o echamos alcohol en un hormiguero y luego lo vemos arder con cara de terrible satisfacción.

No me apetece volver al diván “marlene-dietrich”, quiero quedarme con las piernas colgando en al silla y pensando en el pobre Job. Seguro que si hubiera nacido en tiempos de Cristo, yo hubiera sido la primera en ponerle la esponja de vinagre en la boca. Me abruma pedir perdón por mis pecados e, incluso, por aquellos que pude no cometer. Tengo miedo de irme al infierno. “Yo quería ser apacible y buena”-dice ella. Y yo también.

Lo del lunes fue frustrante. El tío era un hortera de 26 años que me dijo “salud” en alemán cuando estornudé en una cafetería y a partir de ahí, patatín, patatán, te llamo. Yo creo que se dio cuenta de que no me había gustado estar con él. Apestaba a sudor y la boca le sabía a cerveza vomitada. Bueno, aún nos reímos un rato por teléfono las adoradas y yo. Dicen que no tengo término medio, que paso de puta a beata en un abrir y cerrar de ojos, que, en el fondo, soy una promiscua. Que se callen, yo todavía no me he tirado a nadie, porque la cena estaba muy bien preparada...Las adoro.

Bueno, voy a adorar mi cuerpo un rato y luego, leeré e lcapítulo de la clochard de rayuela.
L. Fraga.

jueves, 2 de octubre de 2008

PURA MIERDA


Fumaba sentada en la cocina, pensando quién era la chica paliducha y delgada del espejo y qué debía hacer con ella. Una mujer de pelo teñido, si es pelirrojo, siempre tiene mala reputación. Sabía que aquella noche escribiría pura mierda, pero llevaba un colocón emocional que me impelía a vomitar por escrito. Cogí unas cuchillas del armarito de mi padre y me hice un relicario. Nadie da importancia al Credo que rige en las cuchillas made in Germany. Pero yo sé hasta qué punto he visto caer mis vidas en paralelo y cómo no he acertado a comprender que ninguna me pertenece. Bernardo Soares escribe en su cuarto mientras yo lo miro de espaldas a la vida. Soy una muñeca que se rige por pulsiones pseudovitales, apenas el sueño es de mi mundo. Soares sueña hasta cuando no sueña.Sueñe el mendigo como príncipe y el príncipe como mendigo. He naufragado en baños de sal y he mirado al sol con los ojos bien abiertos. Pero soy la sombra perpetua de un Peter Pan que se quedó encerrado en la cripta de las leyendas perecederas.Me queda flojo el sombrero de Soares y su aliento asmático demasiado estrecho. He visto correr la sangre por mis muñecas y mis versos manchados por el rojo de mis venas, pero eso no me hace más fuerte que un árbol caído.La sangre embrutece y perturba, porque lleva a una ataraxia donde desaparece el dolor y da lugar a la era analgésica. Embrutece hasta el angelicamiento, porque nos convierte en seres sin más pasión que la falta de ella. Yo puedo superar la delgada línea del miedo y el dolor y convertirme en un donna angelicata sin largos cabellos y un enamorado Petrarca. He rezado a las vírgenes y he pedido que la muerte me llevara, pero eso no me hace más santa de ninguna devoción. Aquí, en este paraíso de los idiotas, donde una camisa rota es una bandera, nos alimentamos con rollos de celuloide y lentes microscópicas.Porque el amor ya sabe a poco y ha perdido su sentido, es una palabra manida, casi obscena para declarar la posesión. Yo aprendí el lenguaje de las alondras, cuando alguna vez fui niña, allá cuando la muerte no era la sopa de cada día. Pero de tanto sorber la sopa, desconocí a los pájaros y me cortaron el vuelo, dejando dos muñones donde antes hubo alas. Yo soy una mujer hecha de barro y de algas, harta de los nenúfares y de los cisnes, que mete sus pies embarrados en la ponzoña de la noche enferma que supura dolorida por todos los hijos muertos. Puede que no sea hoy ni tal vez mañana, pero algo me dice que esa niña que huele a sangre y a pis se llama Lucía y que algún día aparecerá colgada de lo alto de una lámpara. Yo no sé hablar de lo bello que hay en el ser humano, para eso están los poetas, yo sólo escribo lo que le dictan a mi conciencia los negros pensamientos perseguidores. Fui una vez sirena y con mi cuerno convocaba a todos los seres de la naturaleza para ofrecer a nuestro Dios Menor el fruto salino que se escondía en los cabellos de la Hidra. No hay nada más triste que un columpio; un columpio es la posibilidad de una caída fatal.El columpio y la mariposa es la memoria de un fracaso, la una de un salto que no pudo ser, la otra de la belleza crucificada. Se llevaron a mi padre para ajusticiarlo, yo sólo pude cavar su tumba. Los soldados reían borrachos entre tiros y meadas por las paredes. Yo me adormecí sobre la cama de Soares y me despertaron los estertores de la muerte. Pessoa se desdoblaba como en la imagen de un vizco y llevaba en cada mano un trozo de pan y cuchillo. Si alguna vez he sido feliz, no me he dado apenas cuenta. Me apetece tomar una copa, pero no hay nada en casa. Tomaré las pastillas para dormir y me daré un baño.Y yo sigo aquí, fumando en la cocina, esperando la moda de las venas cortas o largas.