martes, 19 de junio de 2012

UN INFIERNO QUE HABITAR

Todo se transforma entre las sábanas
que las parcas han hilado con sombras de difuntos.
Hay una gran diferencia entre la noche y la ceguera,
pero no consigo distinguir entre una y otra.
Todo me parece un mal sueño, un laberinto, un grito.

Las sábanas se me enredan entre las piernas,
voraces machos hambrientos de mi sexo aniqulado.
Yo estoy montada con los pies en los estribos,
mientras un hombre de bata blanca
me vacía con una cucharilla de plata.

No puedo gritar, porque tu recuerdo me amordaza.
No puedo moverme ni un ápice
porque las correas ya me han marcado la piel.
Veo como chorrea la sangre, se tiñe la bata
y en mis vísceras desparramadas juegan
los que nunca serán ya nuestros hijos.

No, no estoy dentro de un sueño.
Camino con mis enclenques piernas ensangrentadas;
busco la Salida de Emergencia de puntillas.
Mi cuerpo está vacío;
La Vida no podrá habitar este Hueco,
pero juro que mis caniceros morirán.


L. de Fraga.

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