jueves, 30 de agosto de 2007

LOS ABISMOS DE LA ESCRITURA

Hay una imagen de un joven Leopoldo María Panero citando a un autor francés en El Desencanto que resume por completo la tragedia del artista en persecución de su identidad: “Yo me destruyo para saber que soy yo y no todos ellos”. Tal vez fue Dartau quien lo dijo, pero en boca de un poeta autodestructivo esta cita abre con el dolor la gran antesala del goce literario. El dolor es la forma más tangible de reconocernos y la autodestrucción artística el primer boceto que separa la emoción de la analgesia.

En más de una ocasión he discutido con artistas y teóricos. El Arte se identifica con el dolor porque se separa de la anestesia común del colectivo sonámbulo. Si al nacer conocemos la luz, es porque previamente hemos vivido en la ceguera, del mismo modo que tomamos consciencia de nuestro cuerpo a través del dolor, de la enfermedad. Sólo reparamos en nuestros manos, cuando un insidioso corte nos abre el dedo. Es un ejemplo de pura reacción, como también lo es la emotividad en Arte: un choque de experiencias opuestas que en contraste somos capaces de nombrar. Si no, ¿por qué dice Panero que “todo goce empieza en la autodestrucción”? Porque el dolor nos individualiza ya que sólo nosotros lo sentimos. Nos podemos compadecer o solidarizar, pero nunca nos haremos dueños de las emociones ajenas. La felicidad se vende ,a veces, como una droga que idiotiza a base de carcajadas despersonalizadas y, he aquí, que mi “yo” se confunde con el de todos ellos y “yo” ya no me distingo dela cacareante masa histriónica.

Hasta que el primer anatomista no diseccionó un cuerpo, no lo fraccionó, no lo “destruyó”,el mundo vivía en la ceguera de la superstición y el mito que era puro axioma. El arte nace de la disección de las emociones que contrastan, que se oponen y toma identidad cuando se apropia de una “destrucción” reconstruída. Tal vez sea la “voluptuosidad del autorreproche” de Wilde el que nos lleva al regocijo del dolor,o, tal vez, la purga agustiniana. El arte es una tortura del alma que camina en los límites de lo horrible y lo sublime, la salud y la locura, el sofisma y la verdad. ¿Por qué esa recurrencia mítica al suicida romántico? Toda obra es nacimiento y muerte de una idea, el autor es tan sólo un asesino a sueldo de su talento, un penitente eterno, sin redención posible, porque aunque hable de la felicidad, lo hará desde su conocimiento experimental del sufrimiento, de su propia autodestrucción para autodenominarse e identificarse como individualidad pensante, ajena a la multitud que ensordece las voces. Él lo supo ver en su desasosiego y por eso dijo: “Para comprender, me destruí”-Pessoa.

1 comentario:

  1. Y qué comentar sobre un artículo con el que coincido por completo? Pues que tiene usted un excelente criterio, y su lechuguita muy poca vergüenza.

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