lunes, 26 de noviembre de 2007

EL HILO INVISIBLE PARAFRASEA A PESSOA

Muchas veces me pregunto por ese hilo invisible que me une a Pessoa y que, a veces, cuando el cielo se vuelve gris y ceniciento como las alas de una polilla, me pega tirones. Entonces, todo mi ser se llena de una profunda sensación de tedio, de asco de la vida que casi es náusea física. Mis manos caen como dos madejas deshechas y mi cabeza se reclina sobre el pecho sin ton ni son. No tengo necesidad de vivir ni de sentir,porque creo que en mi única vida de mujer he vivido todas las vidas posibles. La vida se me representa como un enorme esfuerzo y hasta remover el azúcar del café es un ejercicio sobrehumano. Me cansa la vida, me hastía. Sufro de cotidianidad. Sufro de cigarrilllos que se apagan una y otra vez en el mismo cenicereo de agua y en la misma ventana sin salida a ninguna parte. La gente me parece ordenancista y mecánica con su ritmo de buenosdías-buenastardes y yo me siento sola en una pecera absurda donde Pessoa me pega tirones para que no repita su misma historia, pero sintiéndola igual que el ayudante de tenedor de libros da Rúa Douradores. El agua me sabe igual que ayer, igual de mal que cada vez que tengo que tragar las malditas píldoras de la infelicidad. Me bastan mis sensaciones para saber que soy un ser vivo, pero no quiero que se me condene a la vida. Que se me condene al sueño y que se me borren los sentimientos para dejar de sufrir.

domingo, 4 de noviembre de 2007

LA VOZ DE LA NOCHE: ANDRÉS ABERASTURI

ANDRÉS ABERASTURI

(Madrid,1948). Andrés Aberasturi ha sido y sigue siendo una de las voces más escuchadas en las noches radiofónicas españolas en Radio Nacional. Ha cultivado todos los géneros periodísticos, desde la redacción en el diario Pueblo, la crítica televisiva en El Semanal con su “Ojo Vago” hasta la televisión allá por los 80 con el magazine “La Tarde”. Sin embrago, aunque escribe en algunos diarios, su letra y su voz son demasiado claros en los tiempos que corren para la cara hipócrita de la sociedad occidental. Tal vez, las voces que se alzan por encima de la murmuración sufran destierros y censuras, pero no obstante, a Aberasturi, su arma, la palabra le ha valido la fidelidad masiva de miles de oyentes vespertinos.

Ha publicado el libro de poemas Sincronía en tiempo de Vals (1972), un libro de relatos Las soledades de Carancanfunfa (1986), un ensayo humorístico Dios y yo (1994), el gran éxito editorial Un blanco deslumbramiento: Palabras para Cris (1999),libro de poemas dedicado a su hijo minusválido, y La leyenda continua (2000), libro que recoge algunos de sus más brillantes monólogos nocturnos radiofónicos que añaden con su voz un cantar los intersticios de la vida de Madrid.

Fue el gran poeta José Hierro quien aconsejó a Aberasturi que se atreviese a cruzar el umbral del dolor a través de la poesía. Si hay algo de aterrador y mágico en la poesía de Andrés Aberasturi es que como él dice “En poesía no hay sinónimos; cada palabra es la que debe ser y no otra”. Como el bello monstruo romántico, o como decía Rilke, la “belleza es el comienzo del horror”. Y nada más cierto, pero en un viaje bidireccional en el que las heridas se abren como puños violentos y tanto nos sobrecoge el golpe inicial como la hermosa flor ensangrentada llamada “herida”. Para entender la poesía de Andrés Aberasturi hay que entender el viaje al centro del dolor con su segundo libro de poemas. Un libro que nunca fue pensado como tal y que, de manera casi fortuita, conmocionó a media España con el relato del nacimiento de su hijo paralítico cerebral. Allá en aquella “quinta planta” donde los niños abandonaban las cunas, llevados por manos silenciosas, o se oía el paso dolorido de la madre que veía como su hijo ni siquiera le agarraba los dedos.

José Hierro decía que él tenía un “congelador” donde iba guardando sus versos y sus imágenes, en Aberasturi la palabra se encuentra sin necesidad de búsqueda, porque la tragedia viene siempre sin avisar.

Su poesía se compone del día a día, de la voz del inocente, con ternura y, al mismo tiempo, con una rabia que pide justificaciones. Nadie puede ver claramente a través de sus poemas nada más que la belleza de lo ordinario convertido en extraordinario, desde un viejo paraguas, a un pájaro gris de ciudad, todo está lleno de poesía de gabardinas, paradas de metro, y gente más o menos feliz en un mundo desgraciado. Aberasturi no hace concesiones, llama a las cosas por su nombre. Por eso conmueve a sus lectores y a sus oyentes en vivo. Su poesía va directa al centro, sin sentimentalismos ni papel de celofán. El poema es una vieja cicatriz, palpitante como un latido que no cesa, y que siempre se vuelve a abrir, cada vez que alguien lee un poema.