viernes, 24 de octubre de 2008

"MADRUGADAS DE OTOÑO"

Me he despertado de madrugada, como si alguien en secreto me llamara por mi nombre. He dado media vuelta e intentado dormir, pero ya estaba desvelada. Además, apenas quedaban cinco horas con mi cita con Alfonso. Me levanté de la cama como quien levanta a un muerto y me puse a mirar el montón de libros que me queda por leer. El libro tiene una apariencia física amable, dulce, de hierba recién cortada. Y mis manos se deslizan sibilinas por las páginas como un ave sedienta. Releía a Pessoa. Y me preguntaba que andaría haciendo hace cincuenta años Bernardo Soares una noche de desvelo. Encendí un cigarrillo en la cocina y me senté frente al televisor apagado. Sólo veían mi imagen desaliñada reflejada en el negro de la pantalla. Soares soñaría en vida. Desconozco la capacidad de soñar que no sea a través del ensueño o la ensoñación, obviamente, pero algo me dice que Bernardo poseía una facultad de ensoñación que se escapa a cualquier intelección. Puse la cafetera italiana y esperé a que el negro brebaje subiera. Me daba la impresión de que Pessoa se hallaba sentado al otro lado de la mesa con su impertérrito vaso de vino. Me asustaron las campanadas del reloj del pasillo, mientras se iba por fuera el café. Me había quedado mirando a una esquina en donde estaría mi admirado lisboeta. Me serví el café en una taza de porcelana rota y eché una gota de leche fría. Luego removí el abundante azúcar. Sin duda, Soares soñaría o se entregaría a la melancolía desde su ventana que daba a la Baxa. Vería a las primeras lecheras y a los primeros vendedores traquetear con carretillas sus productos, en ese amanecer que aún se nos antoja un nocturno de Chopin y que en su azul oscuro deja el ambiente impregnado del frío de las primeras luces. Yo me acerqué a mi ventana y vi el patio de hormigón. Inmóvil, monstruoso, callado. En otro tiempo se hubiera podido jurar que perteneció a un campo de concentración, ahora es el "parque" de una urbanización. El suelo está gastado de balonazos y lleno de colillas y escupitajos. En más de una ocasión, los arañazos del suelo se me han aparecido como estigmas de mi propia piel que aún no han cicatrizado. Algún coche merodeaba la zona y, sin darme yo cuenta, el café se enfriaba de nuevo en la mesa. No me gusta la palabra "urbanización", para definir civilización en pleno salvajismo. Estaba aterida de frío, así que cogí mi chaqueta de Kiel y un echarpe rosa en el que me envolví. El café tenía cierto regusto amargo, porque se había quemado. Cogí el "Libro del desasosiego" y me tumbé en la cama, esperando que Pessoa dijera algo. Pero siempre calla, cuando se aparece.

4 comentarios:

  1. Me acabo de tomar no hace mas de venticinco minutos un café. Nunca tomo café porque me sienta mal al estómago y a los nervios.Tomo té de vez en cuando, que también tiene excitantes pero aunque mas intensos en el tiempo, menos instantaneos y mas moderados. He tomado el café porque he olvidado comprar té y también porque he leido "Madrugadas de Otoño" y de alguna forma se ha introducido en mi subconsciente ese café tuyo a las cinco de la mañana, porque mientras te leia y descubría que no tenia té, también era alrededor de las cinco,pero de la tarde.
    Me pasó parecido viendo la película del Ché; Venicioi del toro fumaba un puro constantemente y a los pocos dias me sorprendí comprando una cajita de Café Cream.Estoy empezando a pensar que soy facilmente influenciable.
    PD: He tenido que buscar en google quién era Bernardo Soares.No sabía quien era y resulta que no se puede decir quién es Bernardo Soares, si no qué es Bernardo Soares.

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  2. Hola Manuel:
    No puedo entrar en tu blog. Así que aquí te dejo un abrazo,
    Besos,
    L. Fraga.

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  3. Muchas gracias :-) Lucia.

    El blog lo tengo "cerrado" por una temporada, mientras termino de escribir algo que empecé y que está demorándose mas de lo esperado, pero cuando esté mas o menos listo lo volveré a abrir.

    Un beso

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