sábado, 29 de agosto de 2009

Esta noche no he podido dormir. Las gaviotas volaban bajo con su asqueroso olor a aceite del puerto. Me he levantado a eso de las cuatro de la mañana y he ido a fumar por la ventana. Hormigón. Hormigón y árboles que se caían en la carretera. Donde fumo, en el tendedero, siento que el tiempo no ha pasado y que todavía soy una nínfula de Nabokov. Miro hacia el patio y me pregunto cuántas veces he llorado en este rincón de las escobas. Los pensamientos negros se me acumulan y yo necesito una navaja para decapitar fantasmas. Pero en casa no hay navajas. Yo necesito una para acuchillar a la vida; para darle treinta puñaladas al sol.
Vuelvo a la cama y, de repente, soy una niña. La dichosa niña de cinco años de vocabulario monstruoso que nunca tenía mocos. Ciertamente, era, como he dicho muchas veces, una niña-monstruo.
Ahora estoy sola. Pero ya me he acostumbrado a la soledad como a un jarabe amargo. Me quedan Horacio y todos los del club bebiendo copas hasta el amanecer o la compañía callada de Bernardo Soares. "Yo soy un ser triste".
A veces, pienso que Dios juega conmigo a algo macabro y tira un poco más de la cuerda, bien para que me ahogue o para hacerme más daño.
Tengo sueño. Quisiera dormir eternamente, pero ineludiblemente, me despierto a las 6.30 de la mañana cada día. Podría hablar de la playa del orzán y de cosas bonitas, de esas que les gusta leer a aquellos para los que la poesía se reduce a Bécquer.
Pero no, hay un "realismo sucio" que me llama a la puerta todos los días. Y hablo de cosas inoportunas que sólo una minoría puede entender. Soy una gangrena para la gente buena, para la gente que se va de vacaciones a Mallorca y para los que compran el "rasca" de la ONCE.
Hoy no puedo escribir más.

viernes, 28 de agosto de 2009

LAS COSAS ROTAS

Me he despertado a las seis y media de la mañana. No he podido aguantar en la cama. La habitación del piso 16 se ha perdido para siempre. Sólo me queda recoger la ropa y marcharme sin dejar la puerta abierta.
Ya me he tomado el primer café de la mañana, pero esta vez no me ha sentado bien. No quiero ver a Alfonso.
Una sensación de serpiente me recorre todo el cuerpo y no paro de culebrear. Pensé que estando aquí me sentiría mejor, pero lo cierto es que no me puedo despegar de esta pitón que me ahoga. Hoy no estoy especialmente brillante; vamos, me siento muy mediocre. Me gustaría que, al menos, Horacio estuviera aquí y no en Argentina o en un libro de Cortázar.
Tengo tantas ganas de llorar que no me salen las lágrimas. Sigo siendo la chica rara de la cafetería de abajo. Hay uno que es un tipo curioso que cuando me ve, se echa a reir. Es el típico filósofo borrachuzas del pueblo llano. "Vítor". Sí, sí, no Víctor. Cuando me ve, se echa a reir. La verdad es que no me importa. Se toma sus copazos a las 8.30 de la mañana y sigue en el bareto todo el día o cambia su ruta de énologo. Es de los que echa la partida y se pone un palillo en la boca. Siempre me he preguntado qué función tiene ese palillo. Pero Vítor me cansa.
Estoy harta de esta fingida felicidad y de mis sonrisas proteicas. De esta vida que no es vida, sino un sueño más de Bernardo Soares. Todo está roto. Y hoy, apenas puedo escribir.
Llamaré a Horacio. Que venga como pueda. Escucharemos a Miles y beberemos vino. Tendrá ganas de acostarse conmigo, pero yo no tengo ningunas ganas de sexo. Para eso que después vaya a ver a La Maga.
Siento que se ha roto algo. Todos los tazones están cascados y el paraguas no me abre. Nunca seré la chica de la película. Por mucho que me ponga tacones nunca me besarán.