viernes, 28 de agosto de 2009

LAS COSAS ROTAS

Me he despertado a las seis y media de la mañana. No he podido aguantar en la cama. La habitación del piso 16 se ha perdido para siempre. Sólo me queda recoger la ropa y marcharme sin dejar la puerta abierta.
Ya me he tomado el primer café de la mañana, pero esta vez no me ha sentado bien. No quiero ver a Alfonso.
Una sensación de serpiente me recorre todo el cuerpo y no paro de culebrear. Pensé que estando aquí me sentiría mejor, pero lo cierto es que no me puedo despegar de esta pitón que me ahoga. Hoy no estoy especialmente brillante; vamos, me siento muy mediocre. Me gustaría que, al menos, Horacio estuviera aquí y no en Argentina o en un libro de Cortázar.
Tengo tantas ganas de llorar que no me salen las lágrimas. Sigo siendo la chica rara de la cafetería de abajo. Hay uno que es un tipo curioso que cuando me ve, se echa a reir. Es el típico filósofo borrachuzas del pueblo llano. "Vítor". Sí, sí, no Víctor. Cuando me ve, se echa a reir. La verdad es que no me importa. Se toma sus copazos a las 8.30 de la mañana y sigue en el bareto todo el día o cambia su ruta de énologo. Es de los que echa la partida y se pone un palillo en la boca. Siempre me he preguntado qué función tiene ese palillo. Pero Vítor me cansa.
Estoy harta de esta fingida felicidad y de mis sonrisas proteicas. De esta vida que no es vida, sino un sueño más de Bernardo Soares. Todo está roto. Y hoy, apenas puedo escribir.
Llamaré a Horacio. Que venga como pueda. Escucharemos a Miles y beberemos vino. Tendrá ganas de acostarse conmigo, pero yo no tengo ningunas ganas de sexo. Para eso que después vaya a ver a La Maga.
Siento que se ha roto algo. Todos los tazones están cascados y el paraguas no me abre. Nunca seré la chica de la película. Por mucho que me ponga tacones nunca me besarán.

1 comentario:

  1. Hola, llevo leyéndote mucho tiempo, quizás años ya. Te deseo lo mejor. Te recomiendo que leas las elegías de Rilke. Con el tiempo me he dado cuenta de que esos poemas están canalizados, es imposible que una mente humana haya creado semejante perfección, el poeta escuchaba una voz interior. Esa voz interior que en el fondo no somos nosotros es la verdadera poesía.

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