jueves, 30 de junio de 2011

EL DOLOR DE LA VERDAD


La verdad duele.
Huele a batas de hospital y a alcohol
Que se gravan en la pituitaria a fuego.
Duele saberse loco, poeta o trapecista.
Es el precio de la vida.

La verdad duele.
Es un cuchillo oxidado
Que nos atraviesa el estómago
Y nos muestra la putridez de nuestro pasado.
Es la gran herida abierta.

La verdad duele.
Ese dolor de cabeza que nos lleva
En un tiovivo macabro al fondo del vaso.
Ese fracaso inmotivado que nos obliga
A tachar y escupir versos.

La verdad duele.
Seamos reyes o mendigos,
La verdad nos mata de manera sigilosa.
Dadme una palabra verdadera
Y yo desmontaré el mundo.


Lucía de Fraga.

miércoles, 22 de junio de 2011

EL FINAL



El final no es una despedida,
Es la soledad frente al espejo de la decrepitud.
Las noches frías en la que la manta no nos tapa
Y el reloj hace demasiado ruido con su tic-tac impertérrito.
El final es un grito desgarrado.

El final no es una despedida.
Es el pulmón abotargado por el que trata de salir el humo.
Las viejas fotografías todas rotas dentro de un cajón.
La calefacción que no funciona pegada a tus huesos.
Un libro amarillento que se ha leído no sé cuántas veces.

El final no es una despedida.
Es el combate del yo contra su otro yo.
La lucha descarnada por la supervivencia.
Las luces que apagan sus letreros de neón
Y los últimos borrachos a los que hay que echar.

El final no es una despedida.
Es el último salto mortal sin red y sin seguro a terceros.
El vómito ensangrentado en medio de las sábanas.
Los acreedores que aporrean la puerta,
Porque no hemos saldado nuestras deudas de juego con la vida.

El final no es una despedida.
Es un vaso vacío y un cepillo de dientes gastado.
Un plato de comida reseca rodeado de moscas.
Botellas de ginebra tiradas debajo de la cama.
Poemas y versos esparcidos por los rincones.

El final no es una despedida.
Es una inadecuada maniobra a la derecha.
Un frío helador que se escurre por la espalda.
Una indecisión sobre la vida o la muerte.
Un baño ensangrentado donde yaces tú.

Lucía de Fraga.

sábado, 11 de junio de 2011

¿DÓNDE ESTÁN?



¿Adónde fueron promesas, buenas intenciones y amistad?
Quizás se mezclaron con el agua sucia de algún vertedero.
Yo tuve grandes amigos que se comportaron conmigo como héroes,
Pero que me abandonaron en la carretera Dios sabe por qué.
Me declaro inocente de toda culpa.

Mis versos descarnados no eran de su gusto.
Temían que les contagiara la tristeza de mi vida.
Me estigmatizaron por mi educación, por mi fe, cuando aún no la había perdido,
Por pertenecer a una clase social que yo abominaba, que me hacían aborrecer.
Me hicieron culpable de delitos de antes de mi nacimiento.

¿Pero qué fue lo que pasó?
Nada. Absolutamente nada.
Las mayores estupideces ocurren por nada.
Me dejaron sola y lo acepté.
Al fin y al cabo, yo no podía perder nada que no había tenido nunca.

Rebotadas sociales incapaces de pronunciar nombres de pastel en francés.
Perdí el tiempo.
Era previsible que algún día me dejarían sola.
La envidia corrompe, aunque se disfrace de desprecio.
Me honra su desprecio, porque no es más que la constatación
De la alta estima en que me tenían.

Lucía de Fraga.

sábado, 4 de junio de 2011

PUTA INOCENCIA



No sé cómo contártelo, madre.
Aquella noche había bebido un par de copas.
No pasó nada de importancia
O que merezca la pena ser contado.

A la mañana siguiente,
Tenía el finiquito encima de mi mesa.
Así que salí a celebrarlo entre lágrimas al mismo bar.
Tenía tres mil dólares y una carrera en la media.
Necesitaba que papá me abrazara.

Pasé la tarde-noche bebiendo ginebra y escuchando discos.
Una moneda, un disco.
A las once de la noche apareció aquel hombre de zapatos brillantes.
Yo ya estaba borracha y como en una feria,
Vendía besos a dos dólares.

No me dijo su nombre, a mí tampoco me importaba.
Éramos dos extraños jugando a ser niños.
Le dije que le vendería un beso por dos dólares
Y me contestó que qué estaba dispuesta a dar por cien.
No sé cómo contártelo, madre.

El mármol está frío y las flores marchitas.
Padre se marchó a un pueblo de Kansas y desapareció.
Yo quise mantener limpio nuestro nombre
Y me rompí el lomo trabajando como secretaria
Y llevando una casa bonita con olor a narcisos.

No sé qué fue de los tres mil dólares.
Sólo sé que me desperté con sangre entre las piernas.
Me arranqué de un tirón tus perlas y me eché a llorar.
El tipo se había ido.
Y yo estaba desnuda.

Lucía de Fraga.