martes, 29 de mayo de 2012

EL DESEO AL DESCUBIERTO

Sólo tus labios conocen el misterio
que abre las impenetrables flores
más íntimamente cerradas
a cualquier reclamo de la poderosa Naturaleza.

Es tu boca la que desnuda
sus primeros pétalos pudorosos.
Y, uno tras otro, se abren con sigilo
para mostrarte a ti, únicamente a ti,
el líquido milagro de la Luz.

Tiene tu voz la virtud
de abrir y cerrar a su antojo
la carne sedienta de las primeras rosas
antes, incluso, de lo que dictan absurdos calndarios,

De la misma manera
que la sola sensación de tu presencia,
en medio de mi noche azulada,
me turba y me confunde
cuando entras y sales de mi piel.

Es tu silenciosa caricia entre sombras
la que hace de mi cuerpo frágil tallo
que sólo tú puedes sostener
hasta que la excitante savia que nos une
tronza mi cintura y broto, al fin, en ti.


Lucía de Fraga.

lunes, 21 de mayo de 2012

EX NIHILO, NIHIL ("De la nada sale nada")

Acaba de apagar la luz algún cabrón.
¿Sabes por qué estás aquí?
Pues yo no, pero así fue el principio:
"En el principio creó Dios el cielo y la tierra.
La tierra era caos y confusión".

Aunque alguien encendiera la luz
en este preciso instante,
mis ojos  permanecerían ocultos,
avergonzados, entre mis manos,
ante la llama cegadora como una lengua de fuego.

No recuerdo más que el Caos,
del que nacieron Erebo y la Negra Noche.
Mis pies, desgajados de mi cuerpo,
caminaron sobre angostos caminos
donde las piedras saladas sabían a calor.

Yo no sé adónde he llegado,
acaso, ¿conoces tú mi destino?
No deseo la muerte; tan sólo dejar de sufrir.
Es difícil comprender.
Estoy lista: Nada tuve y con nada me iré.

Lucía de Fraga.

martes, 15 de mayo de 2012

POR QUÉ, DE VEZ EN CUANDO, HAY QUE DETENERSE

Leo constantemente sin publicar una sola línea. Trato de depurar lo que escribo y ahondar en el conocimiento a través de la meditación. Creo que ha llegado la hora de deshacerme de la "subliteratura", porque, de alguna manera, no es más que un engaño hacia uno mismo y hacia los que leen.
La "verdadera poesía" debe nacer de un profundo "trance", de un ahondamiento en el interior de aquel que escribe. No se trata con esto de que "la poesía diga la verdad del Yo", que se convierta en una constante revelación vomitiva de la vida personal. Algo que puede llegar a ser autodestructivo y absolutamente patológico. Creo que la buena poesía es la que deja abierta la puerta al lector, la que consigue expandirse en múltiples interpretaciones -todas válidas- y deja un poso en el alma. Me dedico a escribir a base de "ensayo-error", pero algo me dice que todavía tengo demasiado que aprender. He aquí unas líneas de Trópico de Capricornio de Henry Miller que me parecen muy afortunadas. Reparad en ellas si estáis buscando:
"[...] me tomé tres semanas en lugar de dos y escribí el libro sobre los doce hombrecillos. Lo escribí de una sentada, cinco, siete, a veces ocho mil palabras al día. Pensaba que, para ser escritor, había que producir por lo menos cinco mil palabras al día. Pensaba que había que decir todo de una vez -en un libro- y después desplomarse. No sabía ni papa del oficio de escritor. Estaba cagado de miedo. Pero estaba decidido a borrar a Horatio Alger de la conciencia norteamericana. Supongo que era el peor libro que jamás haya escrito un hombre. Era un volumen colosal y defectuoso del principio al fin. Pero era mi primer libro y estaba enamorado de él. Si hubiera tenido dinero, como Gide, lo habría publicado a mis expensas. Si hubiese tenido tanto valor como Whitman, habría ido vendiéndolo de puerta en puerta. Todas las personas a las que se lo enseñé dijeron que era espantoso. Me recomendaron que renunciara a la idea de escribir. Tenía que aprender, como Balzac, que hay que escribir volúmenes antes de firmar con el propio nombre. Tenía que aprender, y no tardé en hacerlo, que hay que abandonar todo y no hacer otra cosa que escribir, que tienes que escribir y escribir y escribir, aun cuando todo el mundo te aconseje lo contrario, aun cuando nadie crea en ti. Quizá lo hagas precisamente porque nadie cree en ti, quizá el auténtico secreto radique en hacer creer a la gente. Que el libro fuera inadecuado, malo, espantoso, como decían, era más que natural. Estaba intentado al principio lo que un genio no habría emprendido hasta el final. Quería decir la última palabra al principio. Era absurdo y patético. Fue una derrota aplastante, pero me reforcé la espina dorsal con hierro y la sangre con azúcar. Por lo menos supe lo que era fracasar. Supe lo que era intentar algo grande. Hoy, cuando pienso en las circunstancias en las que escribí el libro, cuando pienso en la abrumadora cantidad de material a que intenté dar forma, cuando pienso en lo que intenté realizar, me doy palmaditas en la espalda, me pongo un diez. Estoy orgulloso de que resultara un fracaso lamentable; si lo hubiese logrado, habría sido un monstruo [...].
En aquella época no me atrevía a pensar en otra cosa que en los "hechos". Para penetrar bajo los hechos, tendría que haber sido un artista, y no se llega a ser artista de la noche a la mañana. Primero tienes que verte aplastado, ver destruidos tus puntos de vista contradictorios. Tienes que verte borrado del mapa como ser humano para renacer como individuo. Tienes que verte carbonizado y mineralizado para elevarte a partir del último común denominador del yo. Tienes que superar la compasión para sentir desde las raíces mismas de tu ser [...]"

miércoles, 9 de mayo de 2012

CARTA AL ESCRITOR JOSÉ VICENTE PASCUAL: Desaprender para volver a aprender y aprehender.

He leído con sumo interés cada una de las palabras que has escrito. Es curioso, pero yo empecé mis grandes lecturas a los doce años y coincido contigo en algunos de los títulos que me citas de la misma época pre-adolescente.
Guardo con cariño y suma vergüenza algunos cuadernos en los que empecé a escribir a partir de los diez años aproximadamente. Recuerdo perfectamente cómo me puse a escribir durante un verano. Había dejado varias páginas en blanco, porque mi curiosa novela "La historia empieza después del minueto" se apareció sola en mi cabeza "in media res". Cada sobremesa, me situaba en una de las varias salas de una clásica casa coruñesa, de esas de cortinas de dos metros, viejas ventanas con contras de madera y todos los techos embellecidos. Podía patinar por los 30 metros de pasillo. Pero a lo que iba; en aquella sala estaba el equipo de música y el piano. Siempre escuchaba el mismo disco, la archiconocida "Aída" de Verdi.
Escribir me permitía soñar. Vivir todas aquellas vidas que me resultaban tan atractivas y misteriosas. De alguna manera, escribir -por determinadas circunstancias- era un refugio seguro que me permitía transitar por donde se me antojase.
Por aquel entonces, yo compartía dormitorio con una de mis hermanas que, actualmente, es psicóloga clínica, toda una especialista. Aquellos libros que dejaba en la mesilla empezaron a interesarme más de lo que nunca me interesó las lecturas planas y repetitivas -en mi infantil y perversa opinión- que habían "entretenido" a generaciones de niños. Omito el nombre.
Seguí escribiendo y adquiriendo lecturas imprescindibles gracias a la generosa biblioteca familiar. Precisamente en esa edad de iniciación a la que me refiero más arriba leí Madame Bovary, Eugénie Grandet y las principales novelas de Galdós.
El bicho raro crecía e invertía cada vez más tiempo en la Literatura. Llegué a tener verdadera "prisa" por publicar. Pronto lo hice, pero en el campo de la investigación. Aparecí en varias antologías poéticas, pero el año que me permitió escribir un poemario estructurado y depurado, de tal manera que las influencias fueron asimiladas, pero no plasmadas -como si cada poema pasara por un tamiz y surgiera mi propia voz y sólo ella- fue durante mi estancia en la más absoluta soledad en Alemania, justo en el antiguo centro de submarinos del Tercer Reich, la triste y fea Kiel.
Siempre se habla de la famosa "depresión posparto". Efectivamente, desapareció todo mi entusiasmo cuando el libro vio la luz. Nunca lo viví con la alegría que se suponía que le pasa a todo el mundo. Estúpidamente, siempre había supuesto que el cuerpo sufre algún tipo transfiguración cuando has publicado. Yo me sentía igual que antes. Ni más, pero -no sé por qué- quizá menos.
Han pasado los años y, a la vez, nuevos proyectos. Pero me siento presa de mí misma. Creo que escribo como quien hace churros, como para justificarme delante de las 166 personas que siguen mi blog. Necesito depurarme y retirarme del mundo. Quiero "desaprender" -como dices tú y dije yo hace unos meses en unas reuniones poéticas a cargo de Xoán Abeleira-; quiero borrar el sistematismo académico; quiero ver las cosas como si lo hiciera con los ojos de la primera vez; sorprenderme como un niño que juega con su reflejo en un espejo, porque todavía no ha descubierto que se trata de sí mismo.
Quiero ir hacia el origen de las cosas, hacia mi propio origen, pero necesito a un Bautista que me libere de los encorsetamientos, del mecaniscimo, del verso fácil...De todo lo que perjudica el acto creativo y constituye una prostitución intelectual a la que me siento abocada si no me detengo "A contemplar mi estado".
Gracias,
Lucía de Fraga.

jueves, 3 de mayo de 2012

HOMENAJE A FRANCESCA WOODMAN

Os presento el homenaje poético FRANCESCA WOODMAN POETIC PROJECT coordinado por J. M. Vara (Neurótika Books). Hemos participado personas de diferentes disciplinas y estilos. Una obra coral y ecléctica que nos satisface compartir con vosotros.
http://issuu.com/franwoodpoeproject/docs/francesca_woodman_poetic_project



miércoles, 2 de mayo de 2012

UN BREVE DESCANSO

El último poema que publiqué me pareció malísimo; de todos modos, ahí queda, porque es posible reciclar o re-crear.
Me voy a tomar un breve descanso para poder ofreceros poemas de calidad. Las astenia primaveral no sólo agota el cuerpo, sino también el cerebro.
Espero que podáis disfrutar cuanto antes de nuevos textos. Creo que la "autocrítica" es siempre necesaria. De vez en cuando, hay que pararse a reflexionar sobre el cómo y el porqué de la Poesía y en algo de capital importancia: qué queremos transmitir al lector. Ése que elige y manda. El que alza el pulgar o lo baja.
Y, por último, ser fieles a nosotros mismos. Detenernos, si es preciso, para poder re-aprender y dar lo mejor de nosotros a los demás.
Gracias a todos,
L. de Fraga.