domingo, 7 de diciembre de 2014

NUNCA SUPE BAILAR

NUNCA SUPE BAILAR


En el servicio de señoritas acecha siempre el reclamo.
El ruido retumba en las paredes de un váter húmedo y
sucio
por el que te deshaces del alma entre restos de papel
higiénico,
compresas usadas, nombres de chicas que han grabado sus
secretos y su amor en una puerta que ya no cierra.

Las chicas de labios carnosos reinventan sus bocas ante
el espejo.
Salpican su sonrisa en un minúsculo lavabo e interpretan
frente al cristal
sus poses, sus gestos, sus miradas... Toda una puesta en
escena:

Remilgado erotismo que se les cuela por el escote
como gotas
de sudor perfumado y la consabida promesa del “tipo
sin intenciones”.

Parejas accidentales desfilan hacia un rincón.
La mano aturdida sujeta una copa ya aguada,
te ciegan las luces brillantes dentro de Esferas Celestes.
¡Ey, chica, despierta! ¿Eres una mujer o una urraca?
Tacones torcidos, bocas clausuradas...
Princesa, cuidado...—

Nadie coge tu mano. Nadie ciñe tu cintura.
¿Qué más da? “Dice mucho quien dice noche”
Al fin y al cabo, yo no sé bailar...
Muñeca, todo caduca...—
No sé ponerme a tiro ni sonreír ortopédicamente a un
galán de noche” que no sabe ni colocarse la chaqueta.
Eso, vete airada y divinamente al más puro estilo Garbo.

Todos te temen, aunque tú te temas mucho más.
El tiempo no se obstina ni la mitad que usted, Señorita.
Y vuelves otra vez a lo mismo. Te quedas de espectadora
la vida te pasa por delante, porque siempre cedes el
asiento.
Toda la vida han existido chicas guapas y chicas feas.

Yo soy...
No. Era.
¿Qué importa?
Si nunca supe bailar.


Lucía de Fraga.

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