lunes, 24 de octubre de 2016

POEMAD: (TRAS)LUCIDEZ Y SILENCIO, MARTES 25 EN EN EL CONDE-DUQUE

LA POESÍA QUE NOS OCULTARON (Y MUCHAS COSAS MÁS...)




Cuando las tropas del general Décimo Junio Bruto, “el galaico”, alcanzaron el río Limia, retrocedieron aterradas. Los soldados romanos creyeron estar frente a las pavorosas aguas del Leteo, conocido en el mundo grecorromano como el río del Olvido. Se decía que si osaban atravesar aquella orilla, se borraría su memoria y, por tanto, su identidad, su patria; reducidos, pues, a ser hombres con el recuerdo vacío incapaces de regresar al hogar.
Algo muy semejante le ha ocurrido durante siglos a la poesía escrita por mujeres. Muchas han sido las poetas silenciadas dentro de un contexto sociocultural que, desde que el mundo es mundo, se sustenta en la tradición patriarcal. Como consecuencia, los parámetros masculinos han sumergido sin escrúpulos las voces femeninas en las terribles
aguas del Olvido. No obstante, encontramos la salvación en otro río mítico; en la región de Lebadea (Beocia), se hallaba el llamado oráculo de Trofonio, donde los consultantes debían beber de dos manantiales; uno de ellos manaba de la fuente del Olvido, el Lete para los griegos y el temido Leteo por los romanos, y otro que lo hacía de la fuente de la Memoria, Mnemósineme.
Los dictámenes de los hombres, detentores del poder establecido, nos han invitado a beber constantemente de la fuente del Olvido hasta conseguir que, prácticamente, se borrasen de la historia de la literatura los testimonios poéticos escritos desde la condición de mujer. Sin embargo, debemos agradecer la labor de aquellas que nos han acercado a los labios el agua reparadora de la otra fuente, la de la Memoria. Hablo, en este caso, de Marta López Vilar, a cuyo cargo está la edición de la antología de Bartleby Editores, (Tras)Lúcidas. Poesía escrita por mujeres. 1980-2016, que reúne a 29 mujeres poetas, entre las que tengo el privilegio de colaborar, nacidas a partir de los años 60, que caminos con convicción tras las sendas lúcidas de las que sufrieron la represión por su sexo.
Su estudio introductorio, “Un (Tras)Lúcido silencio: causas y orígenes de una desaparición”, es un brillante ejercicio de arqueología literaria, un esfuerzo titánico para hacer memoria, reivindicar la voz de tantas poetas postergadas, cuyos nombres se quisieron eliminar de nuestra sesera para devolverles el espacio que por derecho se ganaron. Ésta es, evidentemente, la poesía que nos ocultaron, la que nadie tuvo la intención de enmarcar dentro de los planes de estudio, salvo honrosas excepciones porque, como recoge López Vilar en palabras de María Lejárraga: “[las mujeres] Somos mal adversario, porque podemos ser buen explosivo […]”.
Las desterradas hijas de Eva siempre han hecho por alzar la voz, pero no hay mejor sordo que el que no quiere oír. Que, en pleno siglo XXI, la legitimidad de un poeta se limite a su sexo es aberrante. A mi entender, la poesía no es un género literario genitalizado. La literatura, la buena literatura carece de sexo. Lo que es innegable es que sus autores no pueden escribir desde la asexualidad porque fisiológicamente son seres sexuados y diferentes. Mas, al igual que la experiencia, hija de la recepción lírica, de Marta López Vilar, en principio la poesía fue sólo poesía sin reparar en nombres, rostros ni vidas. Tan sólo en aquellas palabras que habitaban también más allá de la letra impresa.
La poesía es universal e inaprehensible y únicamente a través del “lenguaje de la ruina” se puede rozar la íntima aproximación hacia el poema. Nunca alcanzaremos la justa palabra poética. Ni hombres ni mujeres. La lírica trasciende los límites de lo humano, de los sexos opuestos, del opresor y el oprimido, y cuando creemos haber cazado a este ciervo huidizo, nos quedamos con la miel en los labios. Hablar de una poesía total sólo le compete al universo, al cosmos, a la eternidad. Así lo recoge la mencionada autora en boca de Sophia de Mello: “Yo era tan niña que no sabía que los poemas eran escritos por personas, sino que creía que eran consustanciales al universo, que eran la respiración de las cosas, […]. Pensaba también que, si lograba quedarme completamente inmóvil y muda en ciertos lugares mágicos del jardín, conseguiría oír uno de esos poemas que en sí mismo el aire contenía”. Con la misma percepción hablaba, recientemente, Luz Pozo Garza en la presentación de su Rosa tántrica; sólo para unos pocos se reserva el privilegio de escuchar una misteriosa música en ciertos lugares.
Mientras tanto, mientras vayamos al encuentro del ciervo, nosotras, éstas 29 mujeres poetas escribimos al margen de convencionalismos obsoletos y lo hacemos libre y firmemente, en base a lo que somos y creemos.
Marta López Vilar es la encarnación de la vuelta al hogar. Así lo vuelve a demostrar en su último libro, En las aguas de octubre: “Hay restos de luz aquí, de origen, de palabra// También de mí/ que soy regreso”. Regreso de todas.



        Lucía de Fraga.