lunes, 3 de abril de 2017

TEXTOS RESCATADOS: LOS HOMBRES DE SOBACO ILUSTRADO

Alemania, 2005.

Escribo desde la cocina. Las ventanas están abiertas y veo el patio iluminado por el rayo fino del sol en los últimas días del invierno. Practico recetas de escritura. Tomo un café muy malo, suave, como para niños. Mi compañera toma el sol con su madre. Yo siempre tengo frío. No me gusta el sol. Ni la playa. Ni la desnudez gratuita del verano.
Tengo las manos estropeadas, porque aquí el agua es muy dura. No tengo ganas de cumplir. Pero hay que justificar el destierro.
El carnaval es sórdido y me recuerda a Larra antes de suicidarse... A veces me pregunto cómo sería la vida sin citas ni personajes. Es pura gimnasia. Ésta que hago yo para contentarte. Soy experta en malversar emociones... Escribir sin ganas es como empeñarse en seguir en la cama cuando ya no tienes sueño. Como dejar el cuerpo muerto cuando te abraza el gran fornicador. Es divertido hacerlos sentir inútiles, eunucos, tristes Farinellis (y?). Tengo frío y las bragas que llevo hoy me molestan. Se me clavan en el culo.
No hay mañana que no me caiga de sueño. Siempre quiero estar cinco minutos más en la cama. Me levanto con calma. Miro al techo. Maldigo. Me retuerzo y me estiro. El gran cuadro me da los Buenos Días y yo le contesto con una reverencia. Huelo a calorcito y parezco, de nuevo, una niña recién levantada.
Hay un espejo apoyado en la pared. Ahí interpreta mi cuerpo sus posturas de bailarina de Degàs. Me veo con una extraña perspectiva de enana que mira al gigante. Encantada, señorita. Luego me desnudo y atisbo las nuevas venas que me han florecido. Despuntan nuevos arcos de calamitoso desgaste. Tengo las manos afiladas y un hueco profundo a la altura del estómago, donde se unen las costillas. Recojo el sofá y poso como Olympia, pero sin criada negra. Me repugna el desnudo con los pies tapados, por eso, sólo en ese momento, me permito estar descalza. La revieja sueña en su diván freudiano como las niñas de Carrol en angelical postura fotográfica. Parezco buena, parezco santa. Y de repente, soy la Sra. Eluard en la cámara de Man Ray y estoy colgada en la gran sala del tonto de Luis.
Me ducho. Intento ducharme. No, no consigo entender este grifo de Anette. El agua me sale fría y toda la piel parece papel charol brillante de gotitas. El agua cae, pero yo no me mojo. Ventajas de ser la niña-sapo. Es el momento de la segunda fantasía del día: mi marido va a entrar en el cuarto de baño y yo no soporto que entre sin llamar. Viene canturreando, con el pijama mal colocado. Mete la cabeza entre las cortinas de la ducha para darme un beso de buenos días. De un golpe, le saco la cabeza con la mano mojada. Él lo toma como una alegre gracieta de mujercita joven. Pero a mi me irrita. Él sigue inconsciente el curso de la maquinilla de afeitar, embobado, con el calor de las sábanas y la cercanía de otro cuerpo. Lo llamo por su nombre. Cierro el grifo. Silencio. Y yo le digo: no te quiero.
Salgo entre furtivas risas del cuarto de baño. ¡Qué alegre es la independencia de las separaciones! Ya falta un poco menos para fumar el primer pitillo del día. Si a las 5 vienen los del piso, tendré tiempo de ir a tomar un café. Aquí el tiempo es elástico y la soledad esponjosa. Trata de encoger en un puño la esponja de la ducha. No puedes. Pues la soledad interrumpida por terceros es así. Suena a seguro de accidentes, pero es verdad.
Subo al autobús con cara de “mecagoendios”. Una ceja más levantada que la otra por si a alguien se le ocurre acercarse. Los libros debajo del brazo, como los hombres. Ellas parece que llevan un bebé descamisado, por eso rodean los bártulos con signo de abrazo y ademán de repisa. Los hombres llevamos los libros clavados debajo del sobaco. Somos funcionales, no nos andamos con mariconadas ni posturas. Yo sólo impostura. Una mano en el bolsillo del pantalón, abrigo sobre los hombros y llega Lord Byron al seminario: “¡hooola, buenos días!”. Se acabó, ahora a representar el papel de alegre imbécil...