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martes, 15 de mayo de 2012

POR QUÉ, DE VEZ EN CUANDO, HAY QUE DETENERSE

Leo constantemente sin publicar una sola línea. Trato de depurar lo que escribo y ahondar en el conocimiento a través de la meditación. Creo que ha llegado la hora de deshacerme de la "subliteratura", porque, de alguna manera, no es más que un engaño hacia uno mismo y hacia los que leen.
La "verdadera poesía" debe nacer de un profundo "trance", de un ahondamiento en el interior de aquel que escribe. No se trata con esto de que "la poesía diga la verdad del Yo", que se convierta en una constante revelación vomitiva de la vida personal. Algo que puede llegar a ser autodestructivo y absolutamente patológico. Creo que la buena poesía es la que deja abierta la puerta al lector, la que consigue expandirse en múltiples interpretaciones -todas válidas- y deja un poso en el alma. Me dedico a escribir a base de "ensayo-error", pero algo me dice que todavía tengo demasiado que aprender. He aquí unas líneas de Trópico de Capricornio de Henry Miller que me parecen muy afortunadas. Reparad en ellas si estáis buscando:
"[...] me tomé tres semanas en lugar de dos y escribí el libro sobre los doce hombrecillos. Lo escribí de una sentada, cinco, siete, a veces ocho mil palabras al día. Pensaba que, para ser escritor, había que producir por lo menos cinco mil palabras al día. Pensaba que había que decir todo de una vez -en un libro- y después desplomarse. No sabía ni papa del oficio de escritor. Estaba cagado de miedo. Pero estaba decidido a borrar a Horatio Alger de la conciencia norteamericana. Supongo que era el peor libro que jamás haya escrito un hombre. Era un volumen colosal y defectuoso del principio al fin. Pero era mi primer libro y estaba enamorado de él. Si hubiera tenido dinero, como Gide, lo habría publicado a mis expensas. Si hubiese tenido tanto valor como Whitman, habría ido vendiéndolo de puerta en puerta. Todas las personas a las que se lo enseñé dijeron que era espantoso. Me recomendaron que renunciara a la idea de escribir. Tenía que aprender, como Balzac, que hay que escribir volúmenes antes de firmar con el propio nombre. Tenía que aprender, y no tardé en hacerlo, que hay que abandonar todo y no hacer otra cosa que escribir, que tienes que escribir y escribir y escribir, aun cuando todo el mundo te aconseje lo contrario, aun cuando nadie crea en ti. Quizá lo hagas precisamente porque nadie cree en ti, quizá el auténtico secreto radique en hacer creer a la gente. Que el libro fuera inadecuado, malo, espantoso, como decían, era más que natural. Estaba intentado al principio lo que un genio no habría emprendido hasta el final. Quería decir la última palabra al principio. Era absurdo y patético. Fue una derrota aplastante, pero me reforcé la espina dorsal con hierro y la sangre con azúcar. Por lo menos supe lo que era fracasar. Supe lo que era intentar algo grande. Hoy, cuando pienso en las circunstancias en las que escribí el libro, cuando pienso en la abrumadora cantidad de material a que intenté dar forma, cuando pienso en lo que intenté realizar, me doy palmaditas en la espalda, me pongo un diez. Estoy orgulloso de que resultara un fracaso lamentable; si lo hubiese logrado, habría sido un monstruo [...].
En aquella época no me atrevía a pensar en otra cosa que en los "hechos". Para penetrar bajo los hechos, tendría que haber sido un artista, y no se llega a ser artista de la noche a la mañana. Primero tienes que verte aplastado, ver destruidos tus puntos de vista contradictorios. Tienes que verte borrado del mapa como ser humano para renacer como individuo. Tienes que verte carbonizado y mineralizado para elevarte a partir del último común denominador del yo. Tienes que superar la compasión para sentir desde las raíces mismas de tu ser [...]"