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sábado, 20 de agosto de 2011

DIME, ¿EN QUÉ COÑO NOS QUEDA POR CREER?


Hace tiempo que no duermo.
Me duele la vida y el tiempo
que inúltimente me pisa en pretérito.
Nunca deseé la vida,
porque, aunque no me creas,
es la mayor condena del Hombre.

Mi noche no pertenece ya al mundo
en el que nos quisieron enseñar a creer.
Mi noche es una sombra permanente
que se cobija en mi alma desterrada
y pone cerrojos a todas las puertas.
Ceguera del espíritu, hambre de muchos años.

Que Dios me perdone,
porque soy pecadora.
Que Dios me perdone,
porque ya no me alcanza más que el dolor.
Porque ya no sé
quién es "el camino, la verdad y la vida".
Porque ya mis labios han besado los pies
de muchos gigantes con pies de barro.
Porque ya no sé rezar
y sólo confío, Compañero,
en ese pálido reflejo del mármol.

Dime,
si la muerte es nuestro único consuelo,
te pido que exprimas mi cráneo entre tus manos
y rompas este absurdo aprendizaje
en el que nos enseñaron
que el verbo "amar" se conjuga.

Ni amo, ni odio, ni siento.
Sólo me persigue esa noche
que se cierne sobre mí
y me traslada al terror
que sólo yo conozco.
El terror, amigo mío, tiene nombre y apellidos.

Dios sólo fue un fuego fatuo,
el amigo un vendido,
el hermano traidor.
Dime, si es que tú puedes
-porque yo no-
¿en qué coño nos queda por creer?


Lucía de Fraga.