El cigarro se apaga lentamente
Entre mis dedos,
Pero me pregunto
¿quién se consume realmente de los dos?
Siento el humo como una mano sinuosa
Que sube hasta mi cuello,
Enrededadera mortífera de nicotina y alquitrán.
Tal vez quiera lamer mi cuello
Para conocer el sabor
De las mujeres de cristal incandescente.
La ceniza me mancha las manos
Como señal de finita mortalidad
Que me sacudo con desesperación.
Mancho mi cara con el negro muerte harinoso
Y me contemplo en el espejo
De este paraíso de los idiotas.
Mis manos caen,
Artilugio descompuesto,
Y me rompo como una muñeca de porcelana.
Con media cara
El mundo es más absurdo
Y enciendo otro pitillo
Que me trae en volutas
Los restos de mí que ya no quiere nadie.
Al otro lado del espejo
Los asesinos son sacerdotes
Y las culpas risas enlatadas.
El humo lo cubre todo
Y los ojos me lloran
Hasta hacerme ver a mi madre
Con una escoba
barriendo la porcelana
de lo que fui ayer.