miércoles, 4 de febrero de 2009

EN LA COLA DEL PARO

Hacía un frío matador a eso de las 8.30. Yo todavía estaba entre sueños. No abrían hasta las nueve. La cola daba la vuelta a la plaza. Llegué temprano, después de tomar un café largo y calentito en la cafetería de abajo. Me dio tiempo a pensar en muchas cosas. Tal vez, demasiadas. Apenas puedo escibir con el desorden de mi mesa. Tendría que hacer arreglo de libros. Y la cara. Me hace falta un peeling y una mascarilla de arcilla. Lo cierto es que no quise pensar en nada trascendente durante la espera, aunque venían a mi mente todo tipo de tribulaciones. Hace mucho que no escribo para el periódico, porque apenas tengo ideas. Eso me atormenta y me vuelve más estéril. No hay más que mirar el número de entradas de mi blog para ver que no estoy de arte. Además, me espera una pila de libros por leer, pero casi no tengo tiempo con tanto estudiar. He descuidado el piso número dieciseis. Estará lleno de polvo.
Busco la inspiración por todos los escondrijos, pero se me resiste. He buscado hasta en la lavadora. Parece que se me ha secado el cerebro. Pero no veo gigantes en lugar de molinos. No veo nada. Sólo soy la triste chica de los apuntes y café doble. Me gasto la "paga" en cafés y tabaco, mientras me pregunto si el arte imita a la vida o al revés. "Principio de mímesis". Principio de mierda. No sé por qué me levanto por las mañanas. Ni siquiera entiendo cómo es posible que todavía siga en pie. No quiero pensar qué será de mí en unos años. No me lo quiero imaginar. ¿Un montón de libros y tres gatos a los que alimentar? Prefiero pensar que seré una solitaria profesora de letras que escribe y bebe mistela después de comer. Estar en la cola del paro es haber perdido la inocencia. La inocencia que tuve hasta hace poco. En cuanto empiezas a hablar de lo que me quitarán del irpf, del registro de la propiedad y de las facturas devueltas por el banco has ingresado en el mundo de los adultos. Ya no hay salida. Sólo quedan los cafés en solitario y algún buen libro. Me pregunto si alguna vez tomaré café con alguien.

domingo, 11 de enero de 2009

OTRO CAFÉ MÁS

No te vayas, tomemos el último café juntos. Lo preparé en mi cafetera italiana y lo serviré en aquellos pocillos que heredé de casa de mis padres. Me dices que tienes problemas con tu cuadro, que no sabes cómo pintar el piso dieciseis. Que tan sólo es un edificio gris que sobresale de entre el resto. Anoche me quedé dormida, mientras veía "Casablanca", por eso no te llamé.
Ha hecho frío esta noche. Esta noche de la que no quería despertar. Soñé con mi puesta de largo y que bebía Moët & Chandon, ya ves, qué tonterías. Lo cierto es que no quería despertar. La vida me sabe a poco y tú estás demasiado lejos. No sé si seré una buena madre para cuando llegue el hijo, si es que llega. No, no quería despertar. Los relojes azules de los sueños siempre marcan las seis de la mañana. Yo era una joven con un traje largo negro que me cubría el rostro. Dormir. Dormir eternamente. Sin fin. La curvatura de tu espalda es tan perfecta como el asa del pocillo. Me gusta que estemos así: en el sofá, despreocupados. No. No quería que se rompiese mi sueño. De niña recogía piedras blancas y me llenaba los bolsillos. Tal vez lo vuelva a hacer y me sumerja en un río. Virginia Wolf. Sólo necesito un café y una habitación para escribir. Yo te ayudaré a pintar las ventanas por las que la pobre Pola llevaba un poco de mate. No quería vigilías. Las tres parcas con su único ojo me regalaron unas tijeras. Yo pondré bajo mi lengua una moneda para pagar al barquero. ¿Qué fue de tí mientras yo soñaba? Yo he conocido a una joven pelirroja que hacía versos con sus heridas. Tú pintabas por las paredes monstruosas serpientes verdes como las que te acechan en tus sueños. No, no quería amaneceres. He visto morir a dos personas. La soledad y los estertores de la muerte. El vacío y una boca que no se cierra. Adioses de tiempos perdidos y caras desfiguradas. Déjame que sueñe, déjame que no te abandone mientras duermo.

domingo, 14 de diciembre de 2008

UNA COPA DE VINO

Hoy ha sido un día nefasto. Necesito una copa de Terras Gauda. La chica delgaducha no cumple su cometido. No me concentro. No sé qué me pasa. Necesito un Terras Gauda y sofá. "Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas". e.e.cummings resuena en mi cabeza. Que ya se acabó. Que esa historia ya "es Historia". Por mucho que suene Chelsea Hotel nº2 en mi reproductor. Paladeo el último café del día, mientras tú sueñas con bellas Beatrices. Ya sé que ya no soy ninguna nínfula nabokovkiana, que estoy a punto de cumplir la treintena y que todavía no me comporto como una mujer. No me dejaron ser niña ni quiero ser mujer. Estoy de año sabático en Nunca Jamás. Es peligroso ese mundo de "hombres y mujeres". Me consuela mi adorada asexualidad angélica que me confiere la delgadez. Pero todavía no me siento con las armas cargadas para salir al mundo real. Nunca seré una mujer fatal que cuente hombres como carreras en las medias. Una vez quise ser una mujer y le dieron el papel a otra. Ahora, me asustan los hombres de zapatos brillantes. Con una copa, el mundo desaparece. Y desaparecen los hombres de zapatos brillantes. Yo no sé bailar. Por eso siempre me quedo en un rincón sosteniendo la copa. Soy la adolescente a la que nunca nadie quiso besar. Y ahora, de pronto, florecen bocas por las puertas. Pero yo sigo con los cordones desatados preguntando "¿Cuándo llegamos?". Los ojos se vuelven conspiradores y sensibles con su luz al tacto. Donde hubo un mapa de carreteras azules, hoy cercenas tu pecho, amazona. La gente se pone a jugar al escondite inglés y paran de contar enseguida. Hay que librarse uno mismo, no vale "por mí y por todos mis compañeros". El instinto es algo más que supervivencia. Un botón abierto puede entenderse como una invitación al balcón de tu intimidad. Nadie sabe cuál es el código exacto o las reglas del juego. De nada sirve lo que te enseñaron de niña, de nada sirve ya.

domingo, 7 de diciembre de 2008

FILOSOFÍAS DE UN ÚTERO CANSADO

(o que te maljodan, Sócrates)

1. La ciudad te perseguirá. (Cavafis).
No huyas de tu sombra alargada sobre los adoquines mal colocados. El asfalto te engulle como una Saturna Hambrienta que hunde tus pies en unas sibilinas arenas movedizas y convierte tu paso en trampa de ratones. Juraste huir y tan sólo alcanzaste tu jaula para pájaros muertos.
Tu viaje invita a la vuelta del derrotado, del que nunca partió, porque no desató las amarras y solamente chapoteó en una ciénaga conocida que las vueltas y revueltas querían teñir con el color de otros soles. Ella se te instaló en el esqueleto como un parásito agotador, como un insecto vampírico que hizo de tu sangre licor agrio de lo cotidiano. Por eso, cada sorbo tiene el sabor familiar del miedo que dan los calendarios y las mantas frías y húmedas en la noche. Tu lengua viaja más que tú detro dde mi boca , enredándose hasta lalcuha en quimeras que lamen rocas de sal, tejas teñidas con sangre de ballena, piedras calientes y saladas como extraños tesoros de una huída inútil. Mas no puedes combatir contra la bilis que te aprieta el estómago, la ceguera de las farolas a media noche ni los gatos negros que te hieren con ojos amarillos. Careciste de la fuerza de Atlas y en vez de con quistar el mundo, se te cayó encima.


CINZAS DA CIDADE.
Non fuxas da túa sombra alongada sobre os lastros mal empedrados. O asfalto engúlete coma unha Saturna esfameada que afoga os tues pés nunhas sibilinas areas movedizas e convirte a túa pegada nunha trampa de ratos. Xuraches fuxir e tan só acadaches a túa gaiola de paxaros mortos.
A túa viaxe errada convida á volta do derrotado, do que nunca partiu, porque non desatou as amarras e soamente chapuzou nas coñecidas augas suxas que voltas e reviravoltas esgorentaban por tinguir coa cor doutros soles.
Ela coallou no teu esquelete coma un parásito esgotador, coma un insecto vampírico que fixo do teu sangue licor agre do cotián. Cada grolo ten o gusto familiar do medo que dan os calendarios e as mantas frías e húmidas á noite.

A túa lingua viaxa máis cá ti dentro da miña boca, enleándose até a loita en quimeiras que lamben cons de sal, tellas tinguidas con sangue de balea,pedras quentes e salgadas como estraños tesouros dunha fuxida inútil.
Mais non podes combater coa bile que te esmola o estómago, a cegueira dos farois á media noite, nin os gatos negros que te firen con ollos amarelos.
Carecihes da forza de Atlas e, en troques de conquistar o mundo, caéuseche enriba.

lunes, 1 de diciembre de 2008

BODAS DE ORO EN RICK'S

Y ahora me encuentro aquí,
con los restos de sangre en las piernas
con la jodida noticia de que has vuelto.

¿Qué te trae de muerto
lo que no te trajo de vivo?
Yo sigo aquí,
con la misma gabardina.
Soy la chica de “El loro Azul”,
pero no me preguntes por nadie, ¿vale, muchacho?
Dijimos sin preguntas,
como le habrías dicho
a tantas “nenas impresionables”
necesitadas de un héroe.
A las que seducías con tu cara larga
y tu aspecto de tipo misterioso.

Yo he sobrevivido sin tí,
sin un visado para Lisboa,
sin viajar al país de Los Inoportunos.

Borracha, jugadora, contrabandista...
Nada que no hicieras tú en tu café americain
Te vendiste al paseo de las estrellas
y preferiste una vida “tranquila”,
con una chica mona
que no les escupía a los tahúres. (Una Guerra hace daño, mein lieber)
Claudicaste, perdedor.

Renau murió en extrañas condiciones...
¿Extrañas? ¡Ja! Un marido cabreado.
Tú hubieras muerto también
de manera extraña,
pero sin ese romanticismo,
que te atribuía el capitán.

Ya sabíamos todos que Sam
no sabía tocar al piano
más que aquella maldita canción.
Por eso se desacompasaba
de la orquesta y la moviola;

Como tú,
que dejaste dos vidas
y una viuda no reconocida
en
compás
de espera. Lucía Fraga.

martes, 25 de noviembre de 2008

SIN PIES NI CABEZA

Me marcho y esta vez lo hago sin dejar la puerta abierta. Ya no queda nada en el armario, ni siquiera una pastilla de jabón reseca encima del lavabo.
El miedo sabe a piedra pómez, tiene el tacto de las agujas y la distancia del agujero.
El gato no estaba en celo, tenía pulgas. Las mismas que se te pegaron a ti al cuerpo el día que nos conocimos. Por eso cuando me ves, todavía te rascas.
Sería hermoso llamarse Medusa y, en vez de peinar serpientes, peinar resacas.
Por mucho que me sostenga la frente con la mano y deje que los ojos me los queme una bombilla, vendrá como cada noche la angustia envuelta en sábanas. Me he resignado a vivir con la boca seca, buscando espejismos por todas las paredes y adicta a ese olor a amoníaco con el que se empeña en limpiar el cuarto de baño.
Me parece que veo tu cara en todas partes. Me agota esta servidumbre. A veces te presiento a mis espaldas con tu paso largo y silencioso, yo me apresuro e incluso entro en alguna tienda y pido un artículo que no me interesa: medias de cristal, grapadoras, pilas alcalinas, revistas del motor, horquillas de moño... creo que hasta un viaje a París.
A ti París te parecía irreal. Vaya cara de idiota ponías cuando hacías citas en francés y te pasabas la mano por el pelo con aquel aire de bohemio y la templanza que dan los años. Hacías de la mesa un plano de la ciudad e ibas marcando con el dedo, cada una de las calles por las que habías pasado. Frente a esta casa, me encontré por primera vez a Olveira, nos hicimos una foto delante de aquel puesto de flores, aquí compré una boina ... era como volver a ser unos reciéncasados. Y sólo eráis unos turistas horteras paseando por París. Mientras tú hacías tu ruta de Gran Conquistador, yo me conformaba con tirarle piedras a los patos, con libros de segunda mano y comer pipas delante de la tele. Nunca he tenido unas caderas rumbosas. Pocos zapatos de tacón y muchas corbatas. Lo de los tirantes fue una manía que vino después. Aquellos duelos estúpidos hombre / mujer que se te antojaban los lunes por la mañana olían demasiado a Novokob y, francamente, ninguno de los dos dábamos ya la edad. Llamarte cabrón era pura coquetería, esa camaradería absurda que se les ocurre a los que se conocen desde hace poco. Pero ahora estamos lejos. Hemos dejado nuestro reinado. Yo me columpio en los alambres electrizados de un campo de concentración y tú vendes Biblias a domicilio. Ahora me he hecho mayor, porque he tomado el hongo crece-niñas de Alicia. Y ya no me queda más que este café y un solo euro para pagar,

viernes, 7 de noviembre de 2008

EN LAS SIETE

Esta tarde se ha hecho de noche muy pronto. La gente ya va toda con abrigos de invierno. Yo llevo mi sombrero años 20 y mis guantes bicolores. Fue espantoso que coincidiésemos en la calle con Horacio y la Maga. Horacio no dejaba de mirar la bolsa de las botas como el cuerpo del delito. Me hizo sentir como una puta. Y luego su manía de invitarnos a un jerez en la cafetería de Las Siete. Ya sé que a tí no te gusta el jerez. Pudiste pedir cualquier otra cosa. Menos mal que la Maga se atiborró a hacerte preguntas sobre tu trabajo sin entender nada, mientras Horacio me clavaba los ojos. Sólo le faltó decir "así que éste es el pibe que lee a Juan Luis Panero y que se acuesta contigo". Cierto que yo me deshice de la conversación y me puse a mirar a los clientes. Me fijé en una vieja señorita que bebía "Pipermín" sentada en la barra. Tenía aspecto de maestra de escuela y una carrera en las medias. Además, le hacían falta tapas a sus zapatos y el bolso se notaba que era heredado. Los ojos llorosos y ese continuo mover el pañuelito sobre la nariz, parecían la inminente llegada de un chaparrón de lágrimas. Pero más fuerte llovía fuera y no podíamos salir de Las Siete. La gente entraba con los paraguas desmayados y desenvarillados. Qué triste es ver la muerte de un paraguas. Aunque Horacio opine que es poético, yo creo que es triste como un sombrero en el suelo que se lleva el viento. Menos mal que habían quedado con Etienne y los otros para ver un filme extranjero en el aparato cinematográfico de Verschó. Si no, aún estaríamos con ellos y con Horacio y su lista de preguntas para saber si eres apto para el club. Me pregunto quién cuida de Rocamodour cuando salen juntos. Me molestó la risa cínica de él, cuando vio mis Ducados Rubio. Ya no tengo para Gauloises. Aunque no sea tan sofisticado y tenga, como dice él, que cortar el cordón umbilical. Está obsesionado con el cordón umbilical. Parece que él no depende de los giros que llegan de Argentina. Está en París como si ésta fuera su gran madre. Lo que fue asqueroso fue tener que soportar la tos de la Maga y ver cómo expectoraba en un pañuelo de caballero. Aparte de sus preguntas. Conmigo ya no se atreve. Enseguida se le antojaron mis botas. Como era de esperar. Se le antoja cuanto tengo o cualquier nimiedad sin valor. Como cuando se empeñó en comprarse unas medias iguales a las mías porque tenían el dibujo de una espiga en negro. Después de beber cuatro copitas de jerez ya estaba como para ponerse flores de aire en el pelo. Hoy jugueteaba con un trozo de monóculo que encontró en el patio de butacas de El Imperial. Es increíble que pase más tiempo buscando por el suelo que contemplando la representación. A Horacio también se le antojó que estoy muy delgaducha y que mis piernas parecen dos alambres.¡ Al demonio con todo!